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Lo único que sentía era no tener ropa con que disfrazarse de magnate o de emperador; de algo, en fin, con autoridad para hacer que el mundo entero se postrara en adoración de aquella sirena.

Así había sido doña Constanza, tal como aparecía en el lienzo, pelirrubia y con enormes ojos negros, guapetona, un poco llena de carnes, como conviene á una mujer acostumbrada á arrastrar mantos regios y que sólo por devoción accede á disfrazarse de campesina. La imagen de la emperatriz llenó su pensamiento infantil.

El vestirse de mujer de pueblo, lejos de ofender el orgullo de Isidora, encajaba bien dentro de él, porque era en verdad cosa bonita y graciosa que una gran dama tuviera el antojo de disfrazarse para presenciar más a su gusto las fiestas y divertimientos del pueblo.

La resolución repugnante de un padre de disfrazarse de verdugo para dar muerte á su hijo degenerado, es un hecho que, por solo, subleva el ánimo en vez de conmoverlo, y más aún si atendemos á la manera con que se presenta.

Y adoptando el cálculo más hábil del disimulo, el de apropiarse de la ingenuidad y disfrazarse con la sencillez y la franqueza, refirió con toda verdad al padre Cifuentes el escándalo de su vida, la trágica muerte de Jacobo, la calumnia difundida por aquellos enemigos invisibles, la imposibilidad en que estaba de acusarlos a ellos y defenderse ella misma ante los tribunales, y la necesidad que tenía de alguien respetable, de alguna persona autorizada por su santidad y su prestigio que sacase la cara por ella, perdonándole las faltas verdaderas y defendiéndola de los falsos crímenes, concediéndole su protección y su amistad, y rehabilitándola por este solo hecho a los ojos del mundo... Y no pedía esto por ella misma, que nada merecía y así lo confesaba; pedíalo por caridad de Dios, por lástima, por compasión hacia sus propios hijos...

Pero todo aquello pasó, la fiebre revolucionaria, los folletos, y Bailón tuvo que esconderse, afeitándose para disfrazarse y poder huir al extranjero.

Venturita, en cuanto tuvo noticia de que se preparaba un baile de verdad, se apresuró a encargar a la modista un lujosísimo vestido, para disfrazarse de Isabel de Inglaterra y otro para Cecilia, de dama de Luis XV. Esta se había resistido bastante a ir al baile.

Era unitario puro, aunque llevaba el chaleco rojo de los federales, pues él decía que para andar entre lobos, es preciso disfrazarse de tal, y tan bien le salió la práctica de este consejo, que salvó piel y fortuna y vino a morir, ya anciano, en olor de millonario.

El pretendiente al revés (frisando también en parte con el idilio) desenvuelve con admirable penetración psicológica los misterios de los corazones enamorados. El castigo del pensé que... representa en sus dos partes, de una manera gráfica, la verdad de que la dicha próxima se gasta por la excesiva reflexión, declarándose, al principio de la segunda parte, que la primera había sido recibida con el mayor aplauso, y que había sido puesta en escena en todos los teatros de España, en ciudades, villas y aldeas. Moreto la utilizó en su comedia El parecido en la corte, como le sirvió también para el mismo objeto La entretenida, de Cervantes. En Ventura te Dios, hijo, se describen con tanta gracia como verdad los caprichos de la fortuna, al conceder sus dones, y cómo se burla la casualidad de todos los cálculos de la sabiduría humana. Las tituladas Celos con celos se curan y Del enemigo el primer consejo, desenvuelven resortes dramáticos, semejantes á los empleados por Lope en su comedia Milagros del desprecio, y hubieron de servir después á Moreto para el argumento de su célebre El desdén con el desdén. Por el sótano y por el torno y Los balcones de Madrid son modelos inimitables de la comedia de Capa y espada, distinguiéndose también por su gracia picaresca y por la libertad que reina en su intriga amorosa. Pocas obras dramáticas de este género, por su animación y por su vida, podrán compararse á la que lleva el título Desde Toledo á Madrid. Don Baltasar, que pretende á una dama llamada Doña Ana, hiere mortalmente á su rival, y después del combate se refugia en la casa más próxima, y se oculta en una de sus habitaciones más solitarias. Sorpréndelo aquí Doña Mayor, hija del dueño de la casa, enamorándose de ella de tal modo, después de celebrar un breve diálogo con la misma, que se olvida por completo de su primer amor. Sabe que Doña Mayor está prometida á un cierto Don Luis, y que en aquel mismo día, acompañada de él y de sus padres, ha de encaminarse á Madrid para celebrar sus bodas. Don Baltasar, á quien la novia muestra pronto su inclinación amorosa, porque contra su voluntad ha accedido á contraer el enlace propuesto con Don Luis, toma la resolución de disfrazarse de mozo de mulas y entrar en el séquito de su amada. Se da trazas de jugar su papel á la perfección, y regocija á toda la compañía por la mezcla que ofrece de rústica grosería y de agudeza y socarronería algo libertina. A la mula, que lleva á Doña Mayor, arrima un cardo bajo la cola, de suerte que no se puede refrenar, y que el supuesto mozo, corriendo siempre detrás de ella, se encuentra solo en el campo con su amada, y ambos hablan sin obstáculos cuanto les parece. Los demás circunstantes sospechan tan poco la verdad del caso, que llaman en broma á Don Baltasar novio de Doña Mayor; y en la parada que hacen para pasar la noche, y para que parezca menos larga, celebran por burla su boda con la prometida de Don Luis.

Mientras pelea con él y lo vence, ve á la princesa Florida, hermana de su enemigo, haciendo en él su belleza la más viva impresión; pero no atreviéndose á permanecer con su verdadero nombre en la corte, se resuelve, aconsejado por la princesa Olimba, encantadora que lo favorece, á disfrazarse de jardinero para estar cerca de su amada; un filtro amoroso que prepara su protectora ha de inclinar á su favor el ánimo de Florida.