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A cada instante decía: «¿No piensa usted como yo?», y andando de un lado para otro, se tiraba con violencia en sillas y sofás para probar su blandura, se arrodillaba en el cojín de un reclinatorio, daba vueltas alrededor de un biombo, se reía como un salvaje, ponía el dedo en los bronces, acariciaba las mejillas de las ninfas doradas, decía chicoleos a las damas retratadas, y siempre que iba de una sala a otra, daba fuertes golpes con su bastón sobre el piso, como deseando que también la alfombra recibiese, con el lenguaje de los palos, la expresión contundente de la ira del pueblo... En tanto Isidora no le podía mirar.

El señor Vicente se arrodillaba con los brazos en cruz ante el pecador, pidiéndole que le pegase con el látigo, que saciase en él su furia, a cambio de dejar en paz el santo nombre de Dios, pues antes quería morir que verlo insultado. El joven había sentido interés por este loco que vagaba por Madrid entre la extrañeza y la rechifla, como si fuese un resucitado.

Ella misma leía las oraciones en latín. Los domésticos griegos se asociaban devotamente a la plegaria común, a pesar del cisma que divide a los cristianos de Occidente. Mateo Mantoux se arrodillaba en un rincón, desde el cual podía ver sin ser visto, y desde allí trataba de leer en la cara de Germana los estragos del arsénico.

Entonces Gallardo la tocaba el hocico con un pie, o quitándose la montera la depositaba entre sus cuernos. Otras veces abusaba de la estupefacción del animal, presentándole el vientre con audaz reto, o se arrodillaba a corta distancia, faltándole poco para acostarse bajo sus hocicos.

Del amante apasionado que se arrodillaba ante ella con la embriaguez de la carne, llamándola Venus, quedaba muy poco... ¡Pobre Venus! La diosa deformábase con la maternidad. Una hinchazón monstruosa rompía las líneas armónicas y dilataba las curvas admirables. Aquellas botas color limón que eran el orgullo de Feli ya no entraban en sus pies.

Principiada la misa, Beatriz advirtió que Gonzalo de San Vicente, vestido como dijera la dueña, se arrodillaba sobre el guante, hacia la nave opuesta, observándola de hito en hito al santiguarse. Ella correspondió con tierna mirada, y, bajando luego la cabeza, suspiró profundamente volviendo los ojos al libro.

Echó una mirada hacia atrás y vio que la hermosa monja penetraba en el coro y se arrodillaba cerca de la reja; y sin reparar en lo que hacía se dirigió a ella, diciéndole con voz temblorosa: «Madre, ¿me deja usted una mano para que la beseLa monja le hizo una seña graciosa de que no podía ser, pero levantándose le tendió el crucifijo de su rosario con sonrisa tan dulce y protectora que María, al besarlo, sintiose profundamente conmovida.

5 Y vio Amán que Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba delante de él; y se llenó de ira. 7 En el mes primero, que es el mes de Nisán, en el año duodécimo del rey Asuero, fue echada Pur, esto es, la suerte, delante de Amán, de día en día y de mes en mes; y salió el mes duodécimo, que es el mes de Adar.

A los dos días se presentaba el gitanillo raptor ante el padre de la novia, con su chaqueta de terciopelo granate y el pavero blanco de los días de fiesta. Se arrodillaba compungido, se apoderaba de una de sus manazas, la besaba, y gemía después: Su mersé es el cuchillo, y yo, probesito de , soy la carne. Corte su mersé por donde quiera.

Poco faltó para que la creyeran santa. La más leve falta le producía tal escozor en la conciencia, que no se contentaba con ir a pedir perdón de rodillas a aquella a quien había ofendido, sino que, al reunirse la comunidad a la hora de comer, se arrodillaba delante de todas y decía con lágrimas: «Hermanas mías, me acuso de haber ofendido a Fulana, de este o de otro modo, dando mal ejemplo a la comunidad», y también se acusaba de sus pensamientos malos: «Hermanas mías, me acuso de ser soberbia, de tener mucho amor propio y creer que hago las cosas mejor que ninguna.