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Efectivamente, don Silvestre comprendió al punto que su hacienda era harto exigua para cubrir con ella todas las necesidades de una familia, si no había de descuidar las exigencias de su pleito: para que no se extinguiera en él la raza de los Seturas legítimos, tenía que transigir con el concejo. Don Silvestre no vaciló. «Piérdase la casta, dijo; pero adelante el pleito

Si hubiera tenido que escoger un confidente entre todos los seres que entonces me eran más queridos, me habría sido imposible nombrar a ninguno. Sólo cuando faltaban algunos minutos para que se extinguiera el último resplandor del día volví a salir. Me deslicé por las calles que sabía eran menos frecuentadas hasta los lugares del bulevar en que la hierba brotaba en plena soledad.

Tal era el estado del joven Dimmesdale, y tan inminente el peligro de que se extinguiera esa naciente luz del mundo, antes de tiempo, cuando Rogerio Chillingworth llegó á la ciudad. Su primera entrada en escena, sin que se supiera de dónde venía, si era caído del cielo ó si procedía de las regiones inferiores, le daba cierto aspecto de misterio, que fácilmente se convirtió en algo casi milagroso.

Yo padezco, lector, frecuentemente, sin que sepa la causa verdadera ni si es cosa del cuerpo ó de la mente, una tristeza amarga, que inclemente me domina, me rinde y desespera. La sangre que en mis venas comprimida caminaba en raudal impetüoso, parece detenerse en su carrera, y sin calor, sin fuerza, empobrecida, se desliza con paso perezoso como si en la vida se extinguiera.

Ana, contenta de que la dejasen sola, de que la creyesen dormida o en sopor, repasaba en su conciencia aquellos pecados de que quería acusarse; era relator la memoria, fiscal la imaginación, y poco a poco, según las olas de salud subían en su marea, la enferma, perdido el terror con que despertara, oía la acusación con dulce curiosidad creciente; la idea del infierno se desvanecía, como mueren las vibraciones de una placa, lejos ya de las sensaciones de asco y terror; aquellas culpas recordadas, que eran la vida, la realidad ordinaria, pasaban por el cerebro de Ana como un alimento, daban calor, fuerza al ánimo, y, sin que el remordimiento se extinguiera, el relato adquiría más y más interés.