United States or Mexico ? Vote for the TOP Country of the Week !


Comenzó a confesarlas, y halló que todas ellas se confesaron de unos mismos pecados en número y en especie, de lo que concibió que la risa que habían tenido sería originada de estar propalando entre los pecados de que habían de acusarse, pues no podía ser de otro modo el que todas se confesasen de unos mismos.

A otros curas les he oído muchos casos semejantes, ya de acusarse de haber faltado al precepto de la misa más veces que los días a que están obligados en el año, otros en haber quebrantado el ayuno en mayor número que les obliga, y de algunos que han confesado pecados que moralmente es imposible que ellos los hayan cometido, y que examinándolos bien hallan ser mentira fraguada para confesarse de algo, por no tener hecho examen, o no querer confesarse de lo que verdaderamente han hecho, y parecerles que el padre no los ha de creer si no se acusan de muchos y graves pecados.

Basta decir en elogio de la sancta simplicitas de esta señora, que en sus confesiones jamás tenía nada de qué acusarse, pues ni con el pensamiento había pecado nunca; mas como creyera que era muy desairado no ofrecer nada absolutamente ante el tribunal de la penitencia, revolvía su magín buscando algo que pudiera tener siquiera un tufillo de maldad, y se rebañaba la conciencia para sacar unas cosas tan sutiles y sin sustancia, que el capellán se reía para su sotana.

Cada seis meses confesaba todo el colegio con su director espiritual, quien los preparaba previamente en el estudio de la doctrina cristiana y con un examen de conciencia colectivo; se hacía en el salón mayor del establecimiento a fin de que cupieran todos los alumnos; las ventanas se entornaban para que en la estancia hubiese una luz discreta y misteriosa que convidase al éxtasis y la meditación; cada cuál estaba sentado en una silla formando círculo en torno del cura, el cual iba leyendo por un libro los diversos pecados que en la vida pueden cometerse y explicándolos en seguida con proligidad invitándoles después a recordar si tenían que acusarse de ellos.

Y él había asentido. ¿Por qué había asentido? ¿No había sido sincero en ese momento? Y si la había dado sinceramente la razón; si había acogido sin segunda intención su precepto, ¿no debía perdonar en ese trance? Al no perdonar era porque entonces no había sido sincero: ¡había fingido para ganársela, para vencerla! ¿De qué debía acusarse: de la pasada hipocresía o de la debilidad presente?

Porque no era necesario para ello llegar hasta el sacrilegio, que tanto la había aterrado siempre y la seguía aterrando; dispuesta estaba ella a lo que creía únicamente necesario para confesarse bien: acusarse de todos sus pecados y enumerar todos sus extravíos... ¿Qué le importaba a ella que el padre Cifuentes supiese lo que hasta en los mismos periódicos se había publicado y había leído ella sin sonrojarse?... ¡Si hubiera algún sacrificio que hacer, si hubiera algo que cortar, sería entonces otra cosa; pero la muerte, el puñal de un asesino, se había encargado de sacrificar, se había encargado de romper; y ya no le quedaba a ella nada, nada, sino aquella herida en el corazón y aquel despecho en el alma!... Y ante aquellas dos ideas que la exasperaban, Jacobo muerto y ella caída de su pedestal, sentía hervir su sangre de dolor y de ira, y parecíale lo primero el crimen más nefando que se había cometido en el universo, y juzgaba lo segundo el acto de tiranía más atroz que pudiera atribuirse a Nerón, a Tiberio o a Busiris.

Aquel continuo estudiar su pensamiento, acecharse a misma, acusarse, por ideas inocentes, de malos pensamientos, era un martirio. Un martirio que añadía a los que la vida le había traído y seguía trayendo sin buscarlos.

Yo no tenía derecho a esperar sino males de semejante casamiento, sobre todo evitando el cumplir mis deberes de padre. Nancy permanecía silenciosa; su espíritu lleno de rectitud no le permitía que tratara de embotar la punta aguda de lo que consideraba como un justo remordimiento; un acento de cariño templaba el tono que había tomado para acusarse a mismo. Y os obtuve, a pesar de todo, Nancy.

Como si el agotamiento que causaba el hambre no hubiera bastado a colmar la medida de tanta miseria, aquellos desgraciados no abrían la boca sino para acusarse y amenazarse mutuamente. ¡No me toquéis! gritaba Hexe-Baizel con voz desgarradora a los que la miraban ; ¡no me miréis, porque os muerdo!

Es el caso que la duquesa, si tenía mucho por qué desesperarse, no tenía nada por qué acusarse, por qué avergonzarse. Ella no tenía la culpa absolutamente de aquello; ella no la había autorizado; es más, ella, hasta que vió el aderezo funesto sobre doña Clara y supo que el esposo de doña Clara era un Girón, no sabía, no podía imaginarse quién era el padre de aquel hijo completamente fortuito.