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Reichenberg; M. Le Bargy, representaría el de «Percinet»; Féraudy se embozaría en la capa y ceñiría la espada del bravucón y delicioso «Straforel». Inmediatamente comenzaron los ensayos, y, ¡caso raro!... según los actores iban dominando sus papeles, su entusiasmo del primer momento decrecía.

Delante y casi tocándole con la mano, un peñón enorme que se perdía de vista a lo alto, y aún continuaba creciendo según se alejaba cuesta arriba hacia mi izquierda, al paso que hacia la derecha decrecía lentamente y a medida que se estiraba, cuesta abajo, hasta estrellarse, convertido en cerro, contra una montaña que le cortaba el paso extendiendo sus faldas a un lado y a otro.

Por fin, a indicación de varias amigas, mandó en busca de una conversa del arrabal que realizaba curas milagrosas. La mujer lavó la herida copiosamente con un cocimiento, aplicó un emplasto, prescribió un brebaje y recomendó que no acercasen cosa alguna a la llaga si no querían corromperla. Dos días después cesaba el delirio y la calentura decrecía.

Pero Gonzalo, o por vengarse de sus burlas anteriores, o porque en realidad no sintiese ante el personaje el embarazo y respetó que los demás, no amainó en la manía de platicar con su cuñada y hacerla reir. La fraternidad cariñosa de los dos cuñados, no decrecía. Gonzalo y sus hijas pertenecían a Cecilia. En todos los momentos de su vida, la influencia de ésta se dejaba sentir suave y bienhechora.

Cierta vez que el médico, cansado de la monotonía de su existencia, se divirtió en propagar el budhismo entre los rudos contratistas y hasta intentó algunas ceremonias del culto indostánico, á estilo de las que había presenciado en el museo Guimet de París, el cura no manifestó indignación, «Bah; cosas de don Luis; chifladuras de los sabios: ya se cansaráPara él, la religión verdadera no decrecía ni experimentaba quebranto alguno mientras se celebrasen bautizos, casamientos, y, sobre todo, entierros, muchos entierros.

En Gallarta había un jayán, vencedor en todas las apuestas, que los contratistas llevaban á sus cenas, cuidándolo como si fuese una mujer amada, tentándole los músculos para apreciar si su vigor decrecía, engordándolo á todas horas con champagne y fiambres, con igual mimo y cuidado que si fuese un gallo de pelea.