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Vaya usted volando, y dígala usted que no se abata, que no se aflija, que no se desespere; dígala usted que no está sola; que no está abandonada, que hay ojos que la miran; que hay corazones que la compadecen; que hay enfermeros que velan por ella á la cabecera de su cama. Dígala usted que tenga generosidad, abnegacion; la abnegacion del verdadero arrepentimiento.

Marcha presuroso á tomar sus providencias, acude á otros que puedan informarle de la verdadera situacion de las cosas, le explican la traicion, se compadecen de su desgracia, pero todos convienen en que ya es tarde.

Comprenderéis que me refiero á la insigne heroína doña Mariana Pineda..... ¡En tratándose de la Mariana, las Granadinas no tienen opiniones! Todas la admiran, la compadecen, la lloran y le rinden verdadero culto. ¡Para ellas, aquel trágico suceso es lo único que ha ocurrido en Granada desde la expulsión de los moriscos!..... De lo demás no tienen noticia..... Ni ¿qué es lo demás?

El Dios temido, á quien acabo de referirme, no es otro que Dios Padre en particular; pues á Dios Hijo no le temen de manera alguna, sino que lo aman con entrañas de verdaderas madres desde que son niñas de ocho años. Aman, , á Jesucristo en persona, como otras tantas Marías agrupadas al pie de la Cruz; lo compadecen, lo asisten, lo acompañan, lloran su Pasión y muerte, viendo en

La sociedad española, en general, de los siglos XIV y XV fué una mezcla de moderación y sobriedad por una parte y de esplendor y lujo en otras, que no se compadecen, fácilmente, ambas tendencias.

Si se la incita un poco, se la obliga a precisar: Mi hija no se casará más que con un forastero. En Aiglemont no hay posiciones... Todos aquí compadecen a esta pobre muchacha destinada a casarse con un forastero. Es cosa corriente, como un proverbio, que no hay en Aiglemont ninguna situación digna de la señorita Aimont, y la interesada, que es de mi edad, no es pedida con frecuencia en matrimonio.

En sus enfermedades no se mueven á compasión, antes los abandonan con increíble ingratitud y los dejan en manos de la hambre y enfermedad; cosa que ni aun con las bestias usan; y fuera muchas veces entre ellos mejor ser perro que hombre, porque de ellos se compadecen y quitan la comida de la boca para sustentar una tropa de galgos.

Pues si todas aquellas apariencias externas se compadecen tanto con la virtud como con el vicio, ¿por qué ha de gobernarse el hombre por ellas para afirmarlo? Del mismo modo yerran los que juzgan lo contrario. Cleóbulo, dice otro, va con hábitos largos, el cuello torcido, sombrero grande, con gran compostura, y despues se ha averiguado que era hipócrita, y por tal le han castigado.