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Pero aparentemente esto no era bastante para lo que deseaba el viejo capitán, porque agregó un momento después con el mismo tono lúgubre: ¡el señor de Beauchêne ha muerto! Mi asombro se acrecentó ante esta instancia. Veía el pie de la señorita Margarita golpear el pavimento con impaciencia: me desesperé y tomando al azar la primera frase que me vino al pensamiento: ¿Y de qué ha muerto? dije.

Es usted su igual por el espíritu y por la educación; es ella demasiado inteligente para no haber apreciado sus méritos... Sea usted menos modesto y no desespere de nada... De todas maneras, después de lo que acabo de decirle, ya ve usted que no he de hacerle yo la menor sombra.

Haga usted de modo que ella ignore quién la suministra este insignificante recurso, y quién la hace estas preguntas, á fin de que tenga algo que la distraiga del pensamiento que la domina, y que acabará por volverla loca. Dígala usted que no se desespere, que no se apure, que no se aflija.

Vaya usted volando, y dígala usted que no se abata, que no se aflija, que no se desespere; dígala usted que no está sola; que no está abandonada, que hay ojos que la miran; que hay corazones que la compadecen; que hay enfermeros que velan por ella á la cabecera de su cama. Dígala usted que tenga generosidad, abnegacion; la abnegacion del verdadero arrepentimiento.

Y echose a sus pies, desatinada y llorosa. Se lo pido con las manos juntas... con todo mi corazón, con todas mis lágrimas... sed bueno... se lo ruego; tened compasión, no me desespere... ¡Vamos, ahora es melodrama! dijo Maurescamp, rechazándola.

sufres ahora y yo sufro también. estás celosa de esa mujer, de esa doña Clara Soldevilla; yo también estoy celoso; amas á ese don Juan y ese don Juan no te ama... es necesario que ese don Juan sufra las mismas penas que nosotros sufrimos; es necesario que ese don Juan se desespere. ¡Ah! exclamó Dorotea estremeciéndose , ¡y qué terrible situación la nuestra!

Pero de aquellas insensatas suposiciones me quedaba un sabor horriblemente dulce y de él estaba embriagada la débil voluntad que aun me quedaba; pensaba además que no valía la pena de haber luchado tanto para llegar a semejante extremo. Notaba en tal ausencia de energía y sentía un desprecio tan hondo de mismo, que aquel día desesperé de mi vida.

Si se muriera de pena por verse así desdeñada, o si rabiosa agarrase un cordel y se colgase de una viga, créeme, tus remordimientos serían peores que las llamas de pez y azufre de las calderas de Lucifer. ¡Qué horror! No quiero que se desespere. Me revestiré de todo mi valor: iré a verla. ¡Bendito seas! Si me lo decía el corazón. ¡Si eres bueno! ¿Cuándo quieres que vaya?

Juan no podía persuadirse de ello, y le buscaba un millón de disculpas: unas veces achacaba la falta al correo; otras se le figuraba que su hermano no quería escribir hasta que pudiera mandar mucho dinero; otras pensaba que iba a darles una sorpresa el mejor día presentándose cargado de millones en el modesto entresuelo que habitaban: pero ninguna de estas imaginaciones se atrevía a comunicar a su padre: únicamente cuando éste, exasperado, lanzaba algún amargo apóstrofe contra el hijo ausente, se atrevía a decirle: «No se desespere V., padre; Santiago es bueno; me da el corazón que ha de escribir uno de estos días

Aunque fuese alto y pequeñísima yo, solía acariciarme las mejillas su lindo bigote rubio y retorcido, y sentí algunas tentaciones de las que no hablaré por no escandalizar al prójimo. Embriagada por la alegría y las lisonjas que zumbaban a mi derredor, dije todas las tonterías inimaginables; pero conquisté a todos los hombres y desesperé a todas las muchachas.