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4 No hay en enojo. ¿Quién pondrá contra en batalla espinas y cardos? Yo los hollaré, los quemaré juntamente. Haga conmigo paz, , haga paz conmigo. 7 ¿Acaso ha sido herido como quien lo hirió? ¿O ha sido muerto como los que lo mataron? 8 Con medida la castigarás en sus vástagos.

Partieron al punto; y aunque á costa de grandes trabajos por la falta de agua, de suerte que no tenían para refrigerar la sed sino un poco de rocío que recogían en los cardos silvestres al fin llegaron al lugar de la matanza, donde sólo hallaron los cuerpos de sus hermanos, pero no á los matadores, á quienes obligó el temor del castigo á retirarse á donde tan fácilmente no pudiesen ser hallados.

18 Porque la maldad se encendió como fuego, cardos y espinas devorará; y se encenderá en lo espeso de la breña, y fueron alzados como humo.

21 Y acontecerá en aquel tiempo, que críe un hombre una vaca y dos ovejas; 22 y será que a causa de la abundancia de leche que darán, comerá manteca; ciertamente manteca y miel comerá el que quedare en medio de la tierra. 24 Con saetas y arco irán allá; porque toda la tierra será espinos y cardos.

Como si el bordón se levantase contra los que lo levantan; como si se levantase la vara, ¿no es leño? 16 Por tanto el Señor DIOS de los ejércitos, enviará flaqueza sobre sus gordos; y debajo de su gloria encenderá encendimiento, como encendimiento de fuego. 17 Y la luz de Israel será por fuego, y su Santo por llama que abrase y consuma en un día sus cardos y sus espinas.

Con la lluvia pertinaz, machacona, volvieron antiguas aprensiones repentinas, protestas de la voluntad, y aquellos cardos que le pinchaban el alma. ¡Y ahora no tenía al Magistral para ayudarla!

Miquis, a ratos, hacía burlescos encarecimientos del paisaje. «Allá decía las pirámides de Egipto, que llamamos tejares; aquí el despedazado anfiteatro de estas tapias de adobes. ¡Qué vegetación! Observa estos cardos seculares que ocultan el sol con sus ramas; estas malvas vírgenes, en cuya impenetrable espesura se esconde la formidable lagartija.

Esta conciencia de la rebelión la desesperaba; quería aplacarla y se irritaba. Sentía cardos en el alma. En tales horas no quería a nadie, no compadecía a nadie. En aquel instante deseaba oír música; no podía haber voz más oportuna.

Llegaron los mensajeros y fueron recibidos con grande amor y cortesía, y fueron sentados á la mesa del cacique, cuyas viandas se reducían á raíces de cardos silvestres, que era todo su mantenimiento, y por gran regalo les ofrecieron un vaso de agua, porque había allí tal carestía, que cada uno estaba esperando la suerte de poder coger tanta cuanta cabía en la palma de mano, de un pequeño manantial que salía de un peñasco.

Las plantas que se elevan más por allí y dan mayor sombra son las pitas. Son las más leñosas y arborescentes los cardos y los girasoles.