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En semejante situacion, representó el cabildo al rey para que permitiese volver á publicar el Jubileo antiguo, que estaba suspenso, para continuar la obra con las limosnas de los fieles; y acudió tambien al Pontífice para que concediese al obispo la facultad de absolver los casos reservados á los que contribuyesen con alguna limosna para la obra de la iglesia.

Los obispos y los curas, como delegados del reino de los cielos para dirigir las almas, atar y desatar desde aquí para allá, para absolver y condenar, exigir contribuciones y consumirlas, administrar la gracia y la ira divinas, imponiendo penitencias y excomuniones o concediendo indulgencias; el príncipe y sus lugartenientes y delegados para las mismas funciones en lo concerniente a los asuntos de la tierra.

Es verdad que todo sacerdote sentado en el tribunal de la penitencia, investido por Dios mismo de la facultad de sentenciar y de absolver, recibe por gracia lo que a veces por naturaleza no ha recibido: bastante lucidez de espíritu para comprenderlo todo.

En lo tocante a indulgencia con pasiones y goces, echaba la zancadilla al de nuestro famoso Padre Miguel de Molinos, no siendo menester la mortificación y la penitencia para que el alma se uniese con lo infinito, sino más bien absolver en ella toda la hermosura, todo el deleite y todo el bien de las cosas creadas. El libro titulado El habla de los pájaros, fue precursor de esta doctrina.

Pues á ver esos pecadillos, á hacer la colada del alma, que aquí está el Padre Paulí para absolver á las niñas que son buenas y sumisas.

Diré sólo que su lectura me ha interesado mucho. No soy, ni pretendo ser, definidor para condenar o absolver las ideas bastante veladas que el autor de la novela atribuye a su protagonista; pero celebro el talento de observación con que el autor estudia a un alma humana, acaso extraviada, pero egregia y pura, y celebro también el sentir religioso que anima las páginas de su librito.

Nosotros ni quitamos ni ponemos, no entramos en esas honduras y decimos caritativamente que el virrey supo, en el juicio de residencia, hacerse absolver de este cargo, como hijo de la envidia y de la maledicencia humanas. En julio de 1776, después de cerca de quince años de gobierno, lo reemplazó el excelentísimo señor don Manuel Guirior.

Mientras que el novio veía expresada por la música su propia desesperación y se complacía en desear el aniquilamiento y la destrucción de este mundo miserable que para él carecía de valor desde que Magdalena lo había abandonado, el alma angustiada del padre, menos colérica que la juvenil de Amaury, tembló ante el versículo, revelador de la majestad de Dios tonante que acababa de absolver a su hija y muy pronto debía juzgarle a él mismo. ¡Qué pequeño, y qué humilde se sintió en aquella ocasión el soberbio doctor, el sabio entre los sabios!