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Actualizado: 23 de junio de 2025


Os saludan todas las Iglesias del Cristo. 17 Y os ruego, hermanos, que miréis por los que causan disensiones y escándalos fuera de la doctrina que vosotros habéis aprendido; y apartaos de ellos. 18 Porque los tales no sirven al Señor nuestro Jesús, el Cristo, sino a sus vientres; y con suaves palabras y bendiciones engañan los corazones de los simples.

Ahora, si se quieren remedios más suaves, también los hallaremos en la Escritura. Meditó un instante y continuó: Oigamos al profeta Osseas sobre la tribu idólatra de Efraim: «Dales a éstos, Señor... ¿Qué les darás a éstos? Dales vientres sin hijos y tetas enjutasRecapacitemos esta inspirada sentencia.

29 Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no engendraron, y los pechos que no criaron. 30 Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. 31 Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué se hará? 32 Y llevaban también con él otros dos, malhechores, a ser muertos.

Y como si las palabras del viejo trajesen a las dilatadas narices de los caballos un lejano perfume de la deseada primavera, comenzaron a relinchar, a dar saltos, a morderse, a estremecer sus vientres con agitaciones de péndulo, a resbalar las patas delanteras sobre las grupas más cercanas, haciendo esfuerzos por libertar sus cabezas amarradas a las anillas.

En los ángulos del techo se balanceaban, pendientes de cuerdas, los cuatro cocodrilos, negros y rugosos por el dorso, y mostrando al público el color amarillo de sus vientres y las plantas de sus patas. Las gentes del país, cuando pasaban por la Presa, creían necesario detenerse á beber un vaso en el boliche para admirar tales novedades.

Zarandilla se metió entre ellos, adivinándolos por el tacto, marchando a ciegas en la penumbra de la cuadra, acariciando a unos en los ijares, rascando a otros en la frente, llamándolos con nombres cariñosos y librándose por instinto de las patadas de impaciencia y de alegría que daban con sus cascos herrados. «¡Quieto, Brillante!» «¡No seas malo, Lucero!» Y pasaba, encorvándose, por debajo de los vientres para ir hasta el otro extremo de la cuadra, mientras el aperador explicaba a Salvatierra la valía de este tesoro.

Y tenía razón el inventor de ellas en esto, porque si quería que sus abominaciones permaneciesen algo en el mundo, necesario era que el vulgo no las entendiese, sino sólo aquellos a quienes eran provechosas para sustentar sus vientres y gloria.

Se abrió ancho camino en la muchedumbre para dejar paso hasta el espacio descubierto á un carruajito de dos ruedas, en figura de concha, tirado por tres esclavos melancólicos que llevaban por toda vestidura un trapo en torno á sus vientres. Estas bestias humanas iban guiadas por una mujer, seca de cuerpo, con nariz aquilina, ojos imperiosos y un látigo en la diestra.

Fermín echó una mirada al interior del Tabernáculo. Nadie. Los toneles inmóviles, hinchados por la sangre ardorosa de sus vientres, con el pintarrajeo de sus marcas y escudos, parecían viejos ídolos rodeados de una calma ultraterrena. La lluvia de oro del sol, filtrándose al través de los cristales de la cubierta, formaba en torno de ellos un nimbo de luz irisada.

Sacamos los vientres, recogimos la sangre, y a puros jergones los medio chamuscamos en el corral, de suerte que cuando vinieron los amos ya estaba todo hecho, aunque mal, si no eran los vientres, que aún no estaban acabadas de hacer las morcillas.

Palabra del Dia

rigoleto

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