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Luego, afirmándose la corona de laurel sobre las melenas grises, subió al carruajito y dió una orden á su tiro, acariciándolo por última vez con la fusta. Vamos á la Universidad, á la casa del doctor Momaren. En el camino oyó la trompetería que anunciaba el paso del gigante, y se vió obligado á dar un largo rodeo por calles secundarias para no tropezarse con él.

Vió damas gelatinosas de torpe paso; señores tullidos apoyados en el brazo de un jayán con casaca galoneada, que los conducía paternalmente hasta la ruleta, acomodándolos en su asiento. Algunas paralíticas llegaban en un carruajito infantil hasta la escalinata, y allí eran izadas á una silla de manos y llevadas á través de los salones hasta su lugar preferido.

Los tres caballos humanos del poeta, que soñaban desde muchos días antes con unas cuantas horas de libertad empleadas en asistir á las fiestas de los rayos negros, sólo vieron abierta su cuadra para ser enganchados al carruajito en figura de concha. Como los tres hombres medio desnudos se mostraban algo reacios y hasta osaron murmurar un poco, Golbasto los refrenó con varios latigazos.

Canterac y el contratista, cada uno por su parte, habían declarado festivo aquel día, imponiendo el descanso á sus obreros. Frente á la casa había un carruajito de cuatro ruedas, cuidado por un mestizo.

Después envolvió en otro latigazo á sus tres corceles humanos, y éstos, que conocían el idioma de la flagelación, salieron al trote, haciendo pasar el carruajito entre la muchedumbre. La agresividad de la poetisa casi originó una catástrofe. El Hombre-Montaña, al sentir el escozor del latigazo en una pantorrilla, se llevó á ella ambas manos, inclinándose.

Elena pensó en sus admiradores, que estarían esperándola, impacientes. Se habían abstenido de venir á buscarla, porque el día anterior les manifestó su deseo de presentarse sin otro acompañamiento que el de su esposo. Una señora debe evitar que la maledicencia se cebe en sus actos. Cuando se dirigía hacia el carruajito, dejando á sus espaldas la casa, oyó el ruido de un galope.

Una tarde iba yo con el prínsipe de Golitchof an una briska, un carruajito, ¿sabe? y ancontramos unos carros que impedían el paso; los carreteros astaban dormidos allí serca. El prínsipe saltó del coche, y a latigaso limpio los fue despertando. ¿Busté cree que sa quejaron siquiera? Nada, sa fueron a los carros y los apartaron sin desir palabra.

Se abrió ancho camino en la muchedumbre para dejar paso hasta el espacio descubierto á un carruajito de dos ruedas, en figura de concha, tirado por tres esclavos melancólicos que llevaban por toda vestidura un trapo en torno á sus vientres. Estas bestias humanas iban guiadas por una mujer, seca de cuerpo, con nariz aquilina, ojos imperiosos y un látigo en la diestra.