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Actualizado: 23 de junio de 2025
La lantaca se hacía oír también de rato en rato, y la metralla destrozaba las flacas espaldas o los vientres abultados de aquellos salvajes. Dejadles que griten a su gusto dijo el Capitán . Por ahora no se atreverán a atacarnos. Ocupémonos, pues, en poner el junco a flote, sobrinos míos. ¿Qué debemos hacer, tío? preguntaron los dos incansables jóvenes.
Sangre por todos lados: sangre en el suelo y en las inmediaciones de unas cubas, donde el agua mezclábase con el líquido rojo. Retirábanse los picadores del redondel. Habían hecho la señal para la suerte de banderillas, y los jinetes llegaban sobre sus caballos manchados de sangre, con el pellejo rasgado y colgando de sus vientres el repugnante bandullo de las entrañas al aire.
Luego llenaban sus vientres otra vez con los residuos de la guerra, armas necesitadas de reparación, hombres destrozados, y emprendían su viaje de vuelta. Estos cargamentos, traídos obscura y modestamente á través del mal tiempo y la amenaza submarina, preparaban la victoria.
Corrían por las vías de los descargaderos las vagonetas repletas de hierro y al llegar al punto más avanzado inclinábanse como si quisieran arrojarse al agua, soltando en los vientres de los buques su rojo contenido. Las dos riberas de la ría estaban en continua función, vomitando y absorviendo; entregando el mineral de sus montañas y apoderándose del carbón extranjero.
Un día, Blanes y sus compañeros habían sacado á luz jarros, estatuillas y platos que tenían treinta siglos. Otra vez cortaron blanduras repulsivas que exhalaban un hedor insufrible. Estaban abriendo trincheras en un pedazo de terreno que había servido de cementerio á los turcos. Los vientres hinchados se partían bajo las palas, derramando los zumos de su putrefacción.
Muchos caerían aún en las últimas convulsiones de la batalla que continuaba á sus espaldas, agitando con un trueno incesante la línea del horizonte... Vió pantalones de grana que emergían de los rastrojos, suelas claveteadas que brillaban en posición vertical junto al camino, cabezas lívidas, cuerpos amputados, vientres abiertos que dejaban escapar hígados enormes y azules, troncos separados, piernas sueltas.
Joaquinita también me llamó. Hice como que no la oía y fui a sentarme entre la señora de Enríquez y Etelvina, un par de setentonas. Los remos, como grandes antenas, comenzaron a maniobrar sobre el agua amarillenta. Pasamos al lado de grandes vapores, cuyos vientres colosales, pintados de rojo, parecía que iban a aplastarnos.
Palabra del Dia
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