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Actualizado: 6 de junio de 2025


Al volver Rafaela y al ver a Juanita vestida de gala, tuvo nuevo motivo de admiración. Juanita y la criada encendieron después los tres velones que tenían, cada uno con cuatro mecheros. Encendieron además veinte o veintidós velas de cera, y lo iluminaron todo tan ricamente, que la casa parecía aderezada para una solemne fiesta.

El dia veintidos de la luna de Xawal, habiendo amanecido el sol claro como de costumbre, empieza hácia la hora de almagréb á moverse la tierra, con espantoso ruido y estremecimiento.

Nieves era una rubia alta y esbelta, de cutis blanco y transparente, ojos azules claros, nariz y boca perfectas. Tenía veintidós años de edad, y un carácter que era una bendición del cielo. Imposible estar melancólico a su lado. No que fuera decidora o chistosa; nada de eso. La pobrecilla tenía poco más ingenio que un pez.

Era un mozo de veintidós años, de elevada estatura y gallarda presencia, la tez blanca, las facciones correctas, los cabellos negros y ensortijados, los ojos grandes y negros también y de un mirar franco no exento de fiereza. Por debajo de la abierta camisa se veía un pecho levantado de atleta. Los brazos, redondos y vigorosos, acusando tanta flexibilidad como fuerza.

Don Carlos, en efecto, era un morenito muy salado de veintidós á veintitrés años. Sus vivos y grandes ojos resplandecían con el fuego de la inspiración. Su cabellera negra, ya sin polvos, lucía y daba reflejos azulados como las alas del cuervo. Los movimientos de su boca al hablar eran graciosos. Los dientes que dejaba ver, blancos é iguales; la nariz, recta, y la frente, despejada y serena.

El viento seguía soplando con ímpetu irresistible, empujando ante verdaderas masas de agua. Debía de tener, por lo menos, una velocidad de veintidós metros por segundo, que es de las mayores que suele alcanzar. El mar, embravecido, rugía furiosamente con tonos imposibles de describir, y empujaba hacia el Norte verdaderas montañas de agua.

En aquel mismo cuarto, estando en éxtasis el hermano Garrido, se le había presentado la Virgen anunciándole con veintidós meses de anticipación, el asalto de los conventos y la degollación de los frailes, en los primeros años del reinado de Isabel II. Entonces dijo Aresti los padres de la Compañía, avisados con tiempo no serían víctimas de las turbas.

En un hotel-restaurador nos encontramos con cuatro periodistas y un jóven del mundo que habia comenzado su carrera en la diplomacia: galante, gastador, rumboso y «cansado de la vida» á los veintidós años apénas.... Era curioso ver la franca cordialidad que reinaba entre tantos escritores allí reunidos. La mas completa armonía reinó entre nosotros.

El señor César Juque es un joven agradable, de veintidós años, muy rubio para su edad; está vestido con una chaqueta de antes de la guerra; él ha crecido desde hace cinco años, mientras que la chaqueta se encogía. Adivínase lo que significa esto. El señor César Juque tiene unos ojos de un azul agrisado; su semblante acicalado y velloso tranquiliza a las familias.

Su padre, Antonio de Guardo, era rico carnicero que abastecía de víveres los mercados de la Corte, circunstancia que sirvió de base para que se mofaran de Lope sus enemigos, con el terrible Góngora a su cabeza. Doña Juana llevó en dote al matrimonio más de veintidós mil reales.

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