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Actualizado: 6 de junio de 2025


Del enemigo el primer consejo, No hay peor sordo que el que no quiere oir, La mejor espigadera, Averígüelo Vargas, La elección por la virtud, Ventura te Dios, hijo, La prudencia en la mujer, La venganza de Tamar, La villana de la Sagra, El amor y la amistad, La fingida Arcadia, La huerta de Juan Fernández. Parte cuarta: Madrid, 1635.

A nadie le cabía en la cabeza, a nadie le pasaba por la imaginación, que el teólogo, el santo, como llamaban a D. Luis, rivalizase con su padre, y hubiera conseguido lo que no había conseguido el terrible y poderoso D. Pedro de Vargas: enamorar a la linda, elegante, esquiva y zahareña viudita.

Así la evito a usted una molestia repuso; dígnese fijarse usted señora, si es ese el documento, porque tengo unos ojos... Misia Casilda decía: ¿Molestia? no, señor, al contrario. Tomó el papel, sin saber qué hacer. dijo, éste es; treinta mil nacionales, y aquí está la firma, Aquiles Vargas... Debajo, debe estar la de don Bernardino Esteven. ¿Qué dice usted?

Y no se sufragaban sus gastos de coche y palco, porque lo proporcionaban sus amigos, hijos de millonarios todos, y por ende, riquísimos. ¡Válgame Dios! pensar que Quilito fuera a apolillarse en una oficina, se embruteciera en una estancia o se degradara en el comercio... ¡Un Vargas!

Desconfiada, sin embargo, porque la idea de que su prodigio, su ídolo, fuera a caer en la cueva hedionda de los Vargas la horrorizaba, no quiso llevarla más a bailes, pero esta determinación, fácil de realizar dada la docilidad de la niña, parecióle muy poco, y día a día, ella y don Bernardino, renovaban sus catilinarias contra la odiada familia.

A mi ver, deben ser muchos señores, y entre ellos está el señor cura de Santo Tomé, con su catarro, y el señor de Bracamonte, con su voz tan áspera, y el de... Un golpe dado en la puerta que comunicaba con la galería cortó su narración. ¿Quién? demandó Ramiro. Yo soy respondió Vargas Orozco, abriendo él mismo la hoja y penetrando en la estancia.

En la primera de estas piezas, frente a la puerta del salón, estaba la mesa de don Pablo Aquiles Vargas, el decano de los empleados de la oficina, tan antiguo, que muchos juraran que el buen hombre había nacido allí, entre los expedientes que manipulaba desde las doce hasta las seis, todos los días laborables.

En una de ellas, de dos a cuatro de la tarde, a la luz de un velón de tres mechas, y con los pies apoyados en la tachonada tarima de un brasero, comenzó Ramiro a escuchar las lecciones del nuevo preceptor que su madre acababa de escogerle por indicación del mismo padre franciscano. Llamábase Lorenzo Vargas Orozco y era canónigo lectoral de la Iglesia Mayor.

No hallo motivo suficiente para variar de opinión respecto a lo que ya he dicho a Vd. contestando a sus recelos de que Pepita puede sentir cierta inclinación hacia . Me trata con el afecto natural que debe tener al hijo de su pretendiente D. Pedro de Vargas, y con la timidez y encogimiento que inspira un hombre en mis circunstancias; que no es sacerdote aún, pero que pronto va a serlo.

Y, ¡cómo persigue a María Vargas ese caballerete que ha venido de París, con sus versos copiados de François Coppee, y su política de alquiler, que vino, sirviendo a la oposición y ya está poco menos que con el Gobierno! El padre de María Vargas va a ser Ministro y él quiere ser diputado. Elegante es.

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