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Actualizado: 6 de mayo de 2025
La gente menuda hablaba maravillas del noble edificio y de sus riquezas. Una vez por año se cerraban sus puertas un día entero, y los viejos servidores de los Vargas, esclavos y libertos, todos gentes de confianza, tendían cueros en el patio principal, vaciando sobre ellos enormes sacos de monedas.
Y a pesar de aquellas duras ideas, Vargas Orozco era hombre de una bondad profunda. Vivía la vida como un rancio hidalgo español, con el fondo del alma. Todo cuanto no era preciso a su modesto vivir lo derramaba en limosnas.
Amar por razón de estado abunda también en iguales bellezas, y sobresale por lo perfecto de su plan. En Mari Hernández la gallega y Averígüelo Vargas observamos personajes de naturalidad extraordinaria, y reunen en grato consorcio la dulzura del idilio con el interés de una acción animada y rica en detalles.
Amigo Rocchio dice Jacintito tirando desapiadadamente de la punta de sus bigotes, va usted a comprarme quinientas acciones del Banco Vitalicio. Y otras quinientas para un servidor dice el joven Vargas con mucho aplomo. Perfectamente contesta Rocchio, pero... andar con cuidado, no sea cosa que se les vayan los pies.
La elefantíasis. El Dr. Vargas. Las iglesias. Un cura colorista. El Capitolio. El pueblo es religioso. Las procesiones. El Altozano. Los políticos. Algunos nombres. La crónica social. La nostalgia del Altozano. La primera impresión que recibí de la ciudad de Bogotá, fue más curiosa que desagradable.
No hemos de estudiar en estos apuntes la personalidad artística de Luís de Vargas, harto juzgada por la crítica; sus obras, sin llegar al número de las de otros de sus contemporáneos, le han señalado un puesto entre los grandes pintores sevillanos, puesto que nadie le disputa ni le ha escatimado.
Yo amo en Vd., no ya sólo el alma, sino el cuerpo, y la sombra del cuerpo, y el reflejo del cuerpo en los espejos y en el agua, y el nombre, y el apellido, y la sangre, y todo aquello que le determina como tal D. Luis de Vargas; el metal de la voz, el gesto, el modo de andar y no sé qué más diga. Repito que es menester matarme. Máteme Vd. sin compasión.
Por fortuna, ningún caballero que tuviese el apellido de Vargas asistió jamás a la tertulia de Rafaela, y D. Joaquín pudo sostener su tesis, poco lisonjera para los Vargas, sin promover el menor altercado.
A doña Beatriz de Vargas se le podría continuar, siendo V. Magd. servido, lo mismo que ahora se le da, porque he entendido que su necesidad es muy grande y que en esto consiste su principal sustento.
Mientras que ocurrían estas cosas en casa de Pepita, no estaba más alegre y sosegado en la suya el señor D. Luis de Vargas. Su padre, que no dejaba casi ningún día de salir al campo a caballo, había querido llevarle en su compañía; pero D. Luis se había excusado con que le dolía la cabeza, y D. Pedro se fue sin él.
Palabra del Dia
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