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Pero el presidente y los ministros restablecían el prestigio del héroe: «¿Martínez?... Algo tonto y vanidoso, pero un hombre leal, un soldado fiel, y además un héroeEra tan común en la historia del país la traición, el sublevarse los generales contra el gobierno con las mismas tropas facilitadas por éste, que Doroteo resultaba un personaje excepcional.

No era tonto y lo parecía, porque sin tener realmente influencia entre los suyos, imaginaba que su consecuencia y lealtad debían darle mayor importancia de la que gozaba, resultando algo vanidoso.

No fue presuntuosidad de vanidoso la que se le entró al alma, ni vanagloria súbita de aventuras absurdas, sino una sorpresa grandísima. ¿De qué nacían aquellas muestras de agrado, comedidas, pero clarísimas? El instante de vacilación al subir al coche, y luego la mirada dulce y triste, ¿qué querían decir? Aquella expresión afectuosa impregnada de modestia, pero ostensible, ¿a qué obedecía?

Y contestando con un gracioso saludo al profundo que ya en lo alto de la escalera le hacían los dos viejos, dijo de pronto: ¡Gallego!... Un momento... Tengo que pedirle a usted un favor... Necesito una cruz sencillita..., una encomienda de Isabel la Católica o de Carlos III, cualquier cosa... Se casa un chico de mi apoderado de Granada y quisiera hacerle ese regalito... Es un poquillo vanidoso y le gusta colgarse dijes... Con que le mandaré a usted una notita... ¿Eh, Gallego?...

Hablaba por los codos y no dejaba meter baza a los demás: él se lo decía todo, y no se podía elogiar cosa alguna, porque al punto salía diciendo que tenía otra mejor. Desde entonces le taché por hombre vanidoso y mentirosísimo, como tuve ocasión de ver claramente más tarde. Mis amos le recibieron con agasajo, lo mismo que a su hijo, que con él venía.

Más tarde me acometió el deseo vanidoso de distinguirme entre mis compañeros: llamé a tres o cuatro muchachos que me conocían por haber recibido el periódico de mis manos, y les ordené que gritaran: «El primer número de La Abeja, con la defensa de la política de Felipe II en los Países BajosContra lo que imaginaba, tampoco causó efecto el nuevo pregón: solamente advertí que un grupo de jóvenes venía riendo y soltando chistes groseros a propósito de los Países Bajos, lo que me obligó a revocar la orden.

Con este pretendiente, que es un vanidoso cerebral, se debe emplear un «no» oscuro, nebuloso, para aumentar el mar de sus propias confusiones. Detesto los noveleros, los hombres que carecen de naturalidad. Son, además, peligrosos, porque siempre andan a caza de complejidades sentimentales.

Con una frase que conservo en la memoria, calificó Pez aquel carácter vanidoso, aquel temperamento inaccesible a toda pasión que no fuera la de vestir bien. Dijo este gran observador que era como los toros, que acuden más al trapo que al hombre.

Vive de su agencia, pero la desprecia; en cambio su profesorado no le da más que obligaciones, pero eso le enorgullece. Los ladinos que quieren buenos ajustes conocen bien lo que tienen que hacer; dicen que cantan según el método Campistrón y en seguida son presentados como fenómenos de arte por el vanidoso agente.

Tan vanidoso es el hombre, que la palabra querida sonó en los oídos de don Quintín como una música deliciosa. Luego, por la cuenta que le traía, convenció a su mujer de que a Cristeta le era indispensable vivir sola. Ambos viejos, medio en serio, medio en broma, la llamaron descastada, ingratona y mala cabeza; pero se conformaron, quedando resuelto que a nadie dirían su paradero.