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Actualizado: 31 de octubre de 2025


Presa de horribles vacilaciones, de temor, de anhelo y compasión, se sentó delante de una mesa y metió la cabeza entre las manos mientras el niño, en completa libertad, curioseaba por la estancia enredando con los objetos que estaban a su alcance. El ingenioso D. Pantaleón salió de su ensimismamiento para mirar el reloj. Eran ya más de las seis. No tardarían en llamarle para comer.

Luego, no sin cierto estremecimiento nervioso que corrió por todo su cuerpo, se preparó a dar el gran salto. Grande era, en efecto; enorme. Sólo un bandido avezado a correrías peligrosas tuviera la audacia de intentarlo. Después de algunas vacilaciones lanzose al espacio, logró tocar con las uñas la tabla, y presto se encaramó sobre ella.

Y estando en estas vacilaciones Cervantes, entre si acudiría en el momento a la casa de la hermosa indiana, o iría, para lo que se ha dicho, a buscar a su amigo el bachiller Carrascosa, entrose en el figón un hombre alto, con el sombrero de alas gachas echado sobre los ojos, subido hasta el sombrero el embozo de su larga capa, con botas altas de gamuza y larga espada, que bajo la capa se mostraba.

No había lucha ni vacilaciones en el novio después de descubrir lo que ignoraba, y entraba con todas, porque su amor le cegaba: ¿era su papel, en este supuesto, más airoso que el de casado en la ignorancia de lo que ahora conocía? ¿Salía buena su mujer, o salía mala? ¿Cuál era lo más natural, lo más humano, lo verdadero, teniendo en cuenta que su obra no había de ser un libro de tesis, sino la exposición amena de algunos sucesos arrancados de la realidad de la vida?

Fernández respondía a estas preguntas con muchas vacilaciones, con incongruencia también. Barragán necesitaba formularlas repetidas veces, instarle con vehemencia, amenazarle, forzar de mil maneras la interpretación de las palabras que la aguja iba componiendo.

Pues los hombres se portan como hombres. Vamos a castigar la insolencia de ese pelgar. ¡Vamos! profirió con firmeza el capellán, echando a andar en dirección a su casa. Por ahí no, don Segis. Por donde usted quiera. Los dos clérigos se cogieron del brazo y empezaron a caminar, no sin ciertas vacilaciones explicables, en dirección al café de la Marina.

Es verdad que dictaba sin tropiezos ni vacilaciones, sin que fuera preciso repetirle la frase anterior, sin que el amanuense le hiciera eco, murmurando entre dientes la última silaba de la palabra final; pero así salía aquello.

A los pocos pasos temblaba interiormente con las vacilaciones del miedo. ¡Si iría a repetirse la escena de la mañana!... Pero no; el recuerdo de la noche anterior le daba confianza. Aún no habían transcurrido veinticuatro horas, y noches como aquélla no se olvidan fácilmente. Su orgullo varonil le infundió valor. Seguramente ella se había retirado para esperarle.

Más de lo que yo creía contestó la joven. Se adivinaba en ella cierta desorientación. Tal vez sentía miedo al pensar en su entrada audaz, sin una moneda en el bolsillo. Pero no tardó en reponerse de estas vacilaciones. Brillaron sus ojos con un fulgor hostil, lo mismo que si fuese a entrar en pelea, y tendió una mano hacia la ciudad, como invitándola a que la esperase: ¡Yo te arreglaré... marica!

Un día, después de muchas vacilaciones, lo vendió el marqués para la plaza de Pamplona, y asistió a la corrida. El de Moraima conmovíase recordando el suceso; sus ojos se ponían mates con el empañamiento de la emoción. No había visto en su vida toro como aquel.

Palabra del Dia

machacado

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