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Actualizado: 20 de julio de 2025
Ella era incapaz de rebelarse ante su madre: pero osaba ponerse frente á ella, en la apreciación de los méritos de aquel pariente tan querido por doña Cristina. Y como si al pensar en Urquiola recordase algún defecto moral de su novio, preguntó á éste con dulzura: Dime, Fernando. ¿Tú tienes religión? ¿Es verdad que piensas como mi tío?... Dime que no, Fernando; dime que no.
Al fijarse Urquiola en el libro que asomaba á un bolsillo del millonario, habló del mérito de la obra. ¿Le gusta á usted, tío? ¿Verdad que es muy profunda? Pues el segundo tomo todavía es mejor. Y antes de que el tío pudiera contestar, Urquiola se dirigió á Aresti, como si sólo por él hubiese hablado del libro.
Pero ahora, Pepe, por mucho que ayune un obrero tuyo, amasando céntimo sobre céntimo, ¿llegará á ser accionista de tus fundiciones? ¿podrá adquirir un pedazo de las minas, con todo el material necesario para la explotación? Eso está bien arguyó Urquiola con acento triunfante. Este doctor dice á veces cosas muy oportunas.
La mujer lo tiene tonto, y en esto la ayuda el tunantuelo de Urquiola. ¿No sabes la última hazaña de ese pillín?... No la sabrás: todo Bilbao habla de ella, pero á las minas no llegan estas cosas. Y relató á Aresti un suceso digno de la sección de tribunales de un periódico.
Hombre, yo te diré repuso el capitán con cierta vacilación. Me gusta que estén así, tan amartelados, pero no me place todo lo que allí veo. Por ejemplo, tienes á todas horas metido en el hotel al fantasmón de Urquiola, que se pavonea por los salones como si ya fuese el amo. Doña Cristina no hace nada sin consultárselo. Además, ¿te acuerdas de Nicanora, el aña?
Pepita parecía arrepentida de la viveza de su protesta, pero callaba, aguardando á que fuese él quien reanudase la conversación. Tal vez quiera tu madre que Fermín Urquiola sea tu marido dijo el ingeniero tristemente. La joven aprovechó la ocasión para recobrar su voz tierna de enamorada. Con ese, nunca, ¡nunca!
Son unas excelentes personas: unos santos. ¡Ay, si tú los tratases! Después habló de Urquiola, que les había acompañado á los ejercicios, pero había tenido que salir el día antes para Bilbao, llamado por el Padre Paulí; de la tranquilidad de aquella vida, sin agitaciones cerebrales, y sin ambición, que tanto contrastaba con su existencia de Bilbao.
Era el jabalí de la Iglesia, que al verse en terreno favorable, en aquella tierra donde crecía frondoso el bosque de la fe y de la sumisión ciega, saltaba iracundo, repartiendo colmillazos á todos lados. «A los enemigos de la religión, palo», decía con fiera arrogancia, que enardecía á su laico auxiliar Fermín Urquiola. No perdonaba medio para propagar sus belicosos propósitos.
Y á Urquiola, impulsivo y brutal, que hablaba de beber sangre por la más leve ofensa, le satisfacía que los partidarios, por exceso de entusiasmo, relacionasen su nacimiento con los veleidosos amoríos del fugitivo rey de las montañas.
Vamos que merecías una zurra, como las chicuelas malcriadas que hacen alguna diablura. Y su mano blanca se movía tras la rejilla con burlona expresión de amenaza. Tú, que eres aficionada á lecturas como todas las jovencitas del día, pídele á tu madre un libro titulado «La entrada en el mundo.» Si ella no lo tiene, te lo dará tu primo Urquiola que seguramente lo sabe de memoria.
Palabra del Dia
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