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Actualizado: 20 de julio de 2025


Y describía con rudeza la nueva vida del millonario. Todos le dominaban; todos estaban sobre él: la esposa, la hija, hasta aquel niño inaguantable de Urquiola, que le decía con la mayor insolencia: «Tío, no haga usted eso», «tío haga usted lo otroPor el momento, Sánchez Morueta sólo era el tío: pero no acabaría el año sin que el abogadillo le llamase papá.

Tan vanidoso, tan enamorado de su persona y de gustar á las damas, que al quedarle en la pierna un hueso saliente después de ser herido en el cerco de Pamplona, se lo hizo aserrar, para que no se notase bulto alguno en las altas y elegantes botas que entonces se llamaban botas polidas... Urquiola es joven, y rebosa en él la energía, el exceso de expansión y de fuerza que ha puesto al servicio de Dios.

Urquiola la enteraba de todas las fiestas que proyectaban los padres de la Compañía para entretener y conservar bajo su dominio á una sociedad ociosa y opulenta; pero una vez agotados estos temas, la joven se alejaba de él y permanecía silenciosa, como abroquelada por la instintiva repulsión que parecía inspirarle el famoso discípulo de Deusto.

Urquiola era el único que sonreía con aire de suficiencia, como si poseyera el secreto de aquella cuestión. Doña Cristina, temiendo que la polémica acabase por turbar la placidez de la comida, intervino, preguntando á Aresti por sus amigos de Gallarta. Pepita apoyó á su madre. La gustaba conocer las excentricidades de aquellos contratistas que no sabían en qué emplear su riqueza.

El vicio es lo mismo que la virtud: el crimen y la bondad valen igual: vivamos y gocemos todo lo que nos sea posible, sin escrúpulo alguno, ya que nadie nos ha de pedir cuentas. ¿Es esta su moral, doctor preguntaba irónicamente el abogado. ¿No es esto lo que se desprende de la ciencia moderna?... Las dos mujeres mostraban su admiración por Urquiola con miradas de lástima al médico.

No debía recordarle aquello: le causaba vergüenza y repugnancia. Ya no pudieron hablar más. Entró doña Cristina, pero esta vez seguida de su hija y Urquiola. Después de despedir á las amigas, se trasladaban al despacho para sentarse en torno de Sánchez Morueta, interponiéndose entre él y el doctor, como si quisieran evitar todo contacto entre ambos primos.

Cuando doña Cristina, atendiendo las indicaciones del médico, le ocultaba los cigarros, Urquiola buscábalos, y, echando á broma la prohibición, obsequiaba al tío.

Y dirigiéndose á Pepita, añadió: Niña, vámonos. Bastantes atrocidades has oído. Dale gracias á tu padre, que te permite aprender en casa cosas tan horribles. Las dos mujeres salieron del despacho. Urquiola se levantó, dudando un momento entre seguirlas ó acometer al doctor.

Urquiola hablaba al doctor con el mismo aplomo que si estuviera en el café ó en la sociedad de San Luis Gonzaga, rodeado de aquella juventud piadosa y elegante que le tenía por capitán.

Urquiola y doña Cristina se miraban escandalizados. ¿Y la caridad? gritó el abogado. ¿Y la sublime caridad de la moral cristiana? ¡La caridad! contestó el médico sonriendo con sarcasmo. Es el medio de sostener la pobreza, de fomentarla, haciéndola eterna.

Palabra del Dia

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