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Ferragut se sumió varias veces en un letargo mortal, con los pies hundidos en el agua que llenaba el fondo del bote. Los pájaros de mar trazaban espirales en torno de este ataúd flotante, y huían después con vigorosos golpes de ala, lanzando un graznido de muerte.

Los palitroques de los jardinillos trazaban delgadas y negras rayas en él, semejando la proyección de grandes ventanas enrejadas. Allá lejos, enfrente, seguía percibiendo la figura del celoso enamorado, inmóvil, plantado sobre sus piernas abiertas, con las manos en los bolsillos. La de la sufrida doncella no se veía, pero se adivinaba.

Sus ojos de admirables proporciones, eran la misma serenidad unida a la gracia, a la armonía, con un mirar tan distinto de la frialdad como del extremado relampagueo de los ojos andaluces. Sus cejas eran delicada hechura del más fino pincel y trazaban un arco sutil y delicioso.

Primeramente encontró pequeños grupos que iban hacia la ciudad; luego parejas; después individuos sueltos; al final nadie: una soledad absoluta. Los reverberos trazaban en el suelo amplios redondeles de púrpura. Más allá se extendían las tinieblas, cortadas por siluetas de ébano, que unas veces eran barcos y otras callejones de fardos, colinas de carbón.

Los límites que las encumbradas montañas trazaban naturalmente á mi curiosa mirada siempre ávida de penetrar á traves de los términos, cruzábales afanoso con el pensamiento; y solazaba mi fantasía con el bellísimo lienzo que en mi ilusion dibujaba.

Las nubes blancas que flotaban en el horizonte, al pasar ante el sol trazaban sobre el mar grandes espacios de sombra. Un pedazo de la extensión azul quedaba obscuro y mate, mientras más allá de este manto movible las aguas luminosas parecían hervir con burbujas de oro.

Y continuó la conversación entre el ama y la sirvienta, mientras ésta, con delantal blanco y haciendo crujir los bajos almidonados y tiesos de su saya, iba del aparador a la mesa, colocando el centro de plata Meneses con sus grupos de flores, las pilas de platos de charolada blancura, las botellas talladas del agua y el vino, y las copas esbeltas, casi aéreas, con su pie azul, y tan frágiles, que sobre el mantel no trazaban sombra alguna.

Sobre esta zona se dibujaban los perfiles suaves y ondulados de lejana cordillera, y la arrogante cúpula de la iglesia del Cristo, domo correcto y presumido, rematado con una cruz de hierro, en torno de la cual trazaban círculos interminables algunas docenas de rezagadas golondrinas.

Medio valle gozaba aún de los últimos esplendores del día, y allá detrás de la iglesia de San Juan, a espaldas de un molino, medio escondido entre los platanares y los «izotes», en la curva más ancha y despejada del Pedregoso, los últimos rayos del sol trazaban una estela de plata, que partía de un foco esplendoroso, cuyas poderosas irradiaciones lastimaron mis pupilas.

Primero, habían hablado del tiempo, riéndose de los arabescos caprichosos que trazaban las gotas de lluvia escurriéndose por el cristal; pero el joven, pálido y tembloroso, como si le atormentase algún pensamiento oculto, guiaba la conversación insensiblemente, y Amparito se dejaba arrastrar, segura de que por cualquier camino llegaría siempre adonde ella deseaba.