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Actualizado: 23 de mayo de 2025


De los otros «pasos» era posible reírse, por la falta de devoción y el desorden de los cofrades; pero de éste... ¡vamos, hombre!... El sentía un escalofrío de emoción al contemplar la imagen poderosa de Jesús, «la primera escultura del mundo», y ver la majestad con que marchaban los encapuchados. Además, en esta cofradía se trataba uno con gente muy buena.

El amor había ahogado entonces todas las preocupaciones; pero ahora se trataba de una explotación deshonrosa, de una venta que sólo el suponerla le producía vergüenza y rubor. La altivez le hacía recobrar su puesto.

No, no, esto no puede continuar. Hace demasiado tiempo que dejo turbar mi tranquilidad en beneficio de una ingrata. ¡Es preciso que parta de Orsdael! Sorprendida y profundamente conmovida por estas palabras, Catalina inclinó la cabeza y escuchaba temblando. Quizá estaba absorbida en sus pensamientos y trataba de encontrar un medio de desviar el golpe fatal que amenazaba a su desgraciada amiga.

Desgraciadamente, era muy pobre, éranlo igualmente sus feligreses y mi tía que era la única que le hubiera podido ayudar, no respondía a sus tímidas insinuaciones; a más de ser sórdidamente avara cuando se trataba de dar, no profesaba la menor consideración por los antojos de su prójimo. A fuerza de economías, encontrose al fin el cura con doscientos francos en su poder.

Dos horas se llevaron en la calle de Cuchilleros, cogiendo y soltando animales, acosados por los vendedores, a quienes Plácido trataba a la baqueta. Echábaselas él de tener un pulso tan fino para apreciar el peso, que ni un adarme se le escapaba. Después de dejarse allí bastante dinero, tiraron para otro lado.

Este prior tenía muy estrecha conciencia y se andaba con gran tiento y pulso en lo del examinar detenidamente á los monjes, siendo en extremo celoso é inflexible cuando de sus condiciones morales y conducta se trataba.

Entonces explanó Butrón su plan con todos sus pormenores... No se trataba de una asociación de señoras exclusivamente alfonsinas, mil veces lo había dicho y no se cansaría jamás de repetirlo.

Era indispensable escoger con cuidado el confesor, cuando se trataba de ponerse en cura; pero, una vez escogido, era preciso considerarle como lo que era en efecto, padre espiritual, y hablando fuera de todo sentido religioso, como hermano mayor del alma, con quien las penas se desahogan y los anhelos se comunican, y las esperanzas se afirman y las dudas se desvanecen.

Pero ¿de dónde habían sacado las personas que Ángel trataba fuera de allí, que las gentes del «gran mundo» eran unas tales y unas cuales? ¿De dónde lo había sacado su madre, que las tenía siempre entre cejas? A juzgar por lo que iba observando él en aquella muestra, ¿qué mayor llaneza, qué mayor afabilidad en el trato, ni qué mayor sencillez de costumbres?

Diría también que yo le cuidaba como una hermana y le servía como una esclava. Su voluntad me parecía una cosa de que no se podía dudar; sus palabras como el Evangelio. ¿Y él?... Me trataba con consideración; pero.... ¿No tenía a usted más cariño que el de hermano? Ninguno más; pero aquel cariño me consolaba en mi tristeza.

Palabra del Dia

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