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Aquí se había perdido un trasatlántico italiano que iba á Buenos Aires... más allá un velero de cuatro palos había encallado, perdiendo su cargamento... El sabía por centímetros el agua que podía quedar entre los peñascos traidores y la quilla de su buque. Buscó con predilección los fondos más inquietantes.

¿Cuánto te dieron por los gritos del día de la procesión, prendita? exclamó desde el rincón el augusto Calleja. ¡Afuera con él! ¡Fuera los traidores, fuera! ¡A la calle, á la calle!

El mundo está convertido por nuestra gula en una carnicería. ¡Y de qué medios tan traidores no nos valemos para matar a los que nos comemos después! ¿Hay nada más abominable que atraer con reclamo a las aves para que acudan movidas por el amor, y en vez del amor hallen la muerte?

Los otros hablan de tu «traición», y yo protesto, porque no puedo tolerar esta mentira... ¿Por qué traidor?... no eres de los nuestros; eres un padre que ansía vengarse. Los traidores somos todos nosotros: yo, que te compliqué en una aventura fatal; ellos, que me empujaron hacia ti para aprovechar tus servicios.

Pero no veo añadió Hullin, después de un momento de silencio lo que tiene de particular la última campaña, porque también nosotros hemos tenido enfermedades y traidores. ¡De particular! exclamó el sargento ; ¡todo era particular!

Verificadas estas primeras diligencias, y completo el número de lanzas que habia mandado hacer en su misma provincia, como tambien preparadas las demas cosas que parecian indispensables siguió la prudente conducta de juntar todos aquellos que componian la parte mas principal de las milicias, y á los curas y sacerdotes, á quienes manifestó su pensamiento de salir en busca de los traidores que asolaban las provincias inmediatas y particularmente la de Lampa.

Gaspar, más firme de lo que hubiera podido sospechar, comenzó a referir los terribles sucesos de Bautzen, Lurtzen, Leipzig y Hannau, donde los reclutas se habían batido como veteranos ganando victoria tras victoria, hasta que los traidores se pasaron al otro lado. Todo el mundo escuchaba en silencio.

El primero fué la poca seguridad que habia de volver á España su patria, y vivir con reputacion ella, por haber seguido las partes de Don Fadrique con tanta obstinacion contra Don Jaime su Rey y señor natural; que auque Don Jaime no era Príncipe de ánimo vengativo, y se tenía por cierto, que pues en la furia de la guerra contra su hermano no consintió que se diesen por traidores los que le siguieron, menos quisiera castigar á sangre fria lo que pudo, y no quiso en el tiempo que actualmente le estaban ofendiendo, siguiendo las banderas de su hermano contra las suyas.

¡Cuan desgraciado era! ¡Solo contra todos!... Al pequeñín lo encontraría muerto al volver á su barraca; el caballo, que era su vida, inutilizado por aquellos traidores; el mal llegando á él de todas partes, surgiendo de los caminos, de las casas, de los cañares, aprovechando todas las ocasiones para herir á los suyos; y él, inerme, sin poder defenderse de aquel enemigo que se desvanecía apenas intentaba revolverse contra él, cansado de sufrir.

No amo al rey, pero le respeto... No le ruego, pero me ofende que vasallos se atrevan á mandar en mi casa, y nieta, y hermana, y esposa de rey, no puedo sufrir con paciencia que el trono donde yo me siento esté hollado por traidores; que el rey, á quien estoy unida por la religión y por las leyes, autorice el robo, la tiranía, los cohechos, las infamias de esa especie de gran bandido, que se llama don Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, duque de Lerma, y más que secretario del despacho, verdadero rey de España.