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Actualizado: 21 de junio de 2025


Vais á juzgar dijo el rey continuando la lectura : «pero lo que no conseguiríais del duque de Lerma ni de la camarera mayor...» ¡Oh, Dios mío! exclamó la duquesa : perdóneme vuestra majestad si le interrumpo, pero... me parece que el que ha escrito esta carta me cuenta entre el número de los traidores. ¿Quién dice eso? y aunque lo dijesen, ¿creéis que yo me dejaría llevar de carteles misteriosos?

Como Sócrates, el autor de «La Vena» cree que «nadie es malo voluntariamente»: los hombres son buenos ó perversos, leales ó traidores, según las circunstancias, por lo que éstas debían asumir la responsabilidad total de cuanto el individuo dice y ejecuta.

Salió precipitadamente del comedor donde se hallaba con Clara y su niño. Al ver a Barragán su faz se obscureció y dirigiéndose a él con paso un poco teatral y apretándole la muñeca le dijo al oído en voz baja pero con vehemencia trágica: ¡Los he visto ya! ¿Los ha visto usted? preguntó Barragán abriendo los ojos hasta querer salírsele de las órbitas. ¡, hoy mismo he visto a los traidores!

Fué esto en vano, porque no queriendo los traidores se les escapase de entre las manos aquél á quien tanto aborrecían por la ley santa que les predicaba, le siguieron y le clavaron una flecha en las espaldas.

Luego es la tregua; hasta que Minerva, vestida como el hijo del troyano Antenor, le aconseja con alevosía a Pandaro que dispare la flecha contra Menelao, la flecha del arco enorme de dos cuernos y la juntura de oro, para que los troyanos queden ante el mundo por traidores, y sea más fácil la victoria de los griegos, los protegidos de Minerva.

Al mismo tiempo Cotaga se echó sobre el Padre para que no tuviese lugar de defenderse; y el otro con un recio golpe le partió por medio la cabeza, y viéndole aún palpitar, le descargó con más furia el segundo; luego los otros traidores acometieron á los neófitos, y en poco tiempo les dieron cruel muerte; y á un indio llamado Francisco Guarayo, que ayudaba á misa al Padre, le mataron á lanzadas.

El señor Esteban asistía silencioso y de pie a este club vespertino, que traía recelosos a los de la Milicia Nacional de Toledo. Terminó la guerra y se desvanecieron las últimas ilusiones del jardinero. Cayó en un mutismo de desesperado: no quería saber nada de fuera de la catedral. Dios había abandonado a los buenos; los traidores y los malos eran los más.

Pensó entonces en que podía ir a avisar a los traidores, y tomó otra vez la dirección de la casa a la carrera para ganarle por la mano. Subió de nuevo por la parra al cuarto de su suegro. Esta vez, el balcón estaba llegado nada más.

El usurpador cautivo, precipitado del trono, sepultado en un infame reposo, estaba olvidado y solitario: yo he interrumpido su sueno, le he dado el socorro de una multitud de traidores; el tirano esta todavia coronado. Pagara mis cuidados con la sangre de un millon de hombres, con la ruina de una nacion, y yo le abandonare de nuevo a la huida y a la desesperacion.

Dicen que por el oro y los honores, Hombres sin fe, de corazón ruin, Secan el manantial de sus amores Y a su Dios y a su patria son traidores... ¿Por qué serán así? Dicen que de esta vida los abrojos, Quieren trocar en mundanal festín; Que ellos, ellos motivan tus enojos, Y que ese llanto de tus dulces ojos, ¡Lo causan ellos, !

Palabra del Dia

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