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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Pero de pronto recordaba sus preocupaciones, y seguía adelante para dirigir sus ruegos á Dios. ¡Ay, que se acordase de ella! ¡Que no olvidase á su lujo por mucho tiempo!... Fué la gloria la que se acordó de Julio, estrechándolo en sus brazos de luz. Se vió repentinamente con todos los honores y ventajas de la celebridad. La fama sorprende cautelosamente por los caminos más tortuosos é ignorados.
La tierra rojiza de los campos obscurecíase bajo el continuo chaparrón; los caminos hondos y tortuosos, entre las tapias y setos de los huertos, convertíanse en barrancos; paralizábase la vida laboriosa del cultivo y los pobres naranjos, tristes y llorosos, encogíanse bajo el diluvio, como protestando de aquel cambio brusco en el país del sol. El río crecía.
Poco despues, cuando habíamos salvado por un hermoso puente el rio Ain, afluente del Ródano, y la noche cobijaba ya con sus vagas sombras el bello paisaje de las campiñas bresanas, el tren se lanzó en un laberinto de estrechos y profundos callejones formados por vallecitos muy tortuosos que sirven de lecho á un limpio riachuelo.
Mucho hay de eso dijo Ojeda con exaltación pero yo admiro al Almirante, fuese de donde fuese y tuviera la sangre que tuviera, como un soñador enérgico, que no descansó hasta levantar una punta del misterio que envolvía al mundo. Admiro en él sus errores estupendos y las teorías bizarras que por caminos tortuosos le llevaron hasta la verdad.
El sol comenzaba apenas á producir sobre las crestas nevadas sus primorosas reverberaciones; una ancha faja de nieblas ceñía los cerros vecinos por la mitad, dejando en descubierto las eminencias con sus enormes peñascos de granito, y las bajas colinas, la ciudad y los vallecitos profundos y tortuosos del Jenil, frescos, verdes, floridos, cuajados de molinos y fábricas, de huertos primorosos y de hileras y grupos de álamos blancos y otros árboles enhiestos.
Corría el sudor por el rostro de las damas, arrastrando en sus tortuosos raudales el negro de las ojeras, el rojo de las mejillas y el barro blanquecino de los polvos de arroz. La conciencia de estas devastaciones del calor las hacía moverse nerviosas en sus asientos con el abanico sobre el rostro.
No era éste el único mosquito que zumbaba en torno de las señoritas de la Lage. A las primeras de cambio notó don Pedro que así por los tortuosos y lóbregos soportales de la Rúa del Villar, como por las frondosidades de la Alameda y la Herradura, les seguía y escoltaba un hombre joven, melenudo, enfundado en un gabán gris, de corte raro y antiguo.
Luego corrió francamente, al considerar que estaba solo en la calle y el otro había desaparecido doblando la esquina. Cuando Ferragut salió al muelle, pudo ver cómo se alejaba con un paso elástico que casi era una fuga. Había ante él una cordillera de fardos amontonados, con tortuosos desfiladeros. Iba á perderlo de vista: le sería difícil encontrarle un minuto después.
Por intrincado laberinto de densos bosques, de tajados riscos y de altos cerros cubiertos de nieve iba prolongándose el canal en mil tortuosos rodeos.
Deseaba hacer partícipes de sus emociones a las señoras de la familia, pero todas se habían negado: «¡Las máquinas! ¡Ay, no! ¡Qué suciedad!». Y el buen doctor, como si no pudiese realizar la visita sin un compañero que recibiese sus impresiones, insistió, hasta conseguir que los dos amigos le acompañasen por los tortuosos corredores de la cubierta baja.
Palabra del Dia
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