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Actualizado: 27 de junio de 2025
Entre los obscuros tonos de aquella multitud se destacaban ya las toquillas de vivos colores de las mujeres, ya el casco de un arquero herido por los rayos del sol. En el centro de la llanura, quedaba el espacio cercado que se destinaba á las justas, con gradas y tribunas engalanadas con multitud de gallardetes y banderas.
El sol poniente, antes de ocultarse, se asomó a un agujero del cielo tempestuoso, entre nubes desgarradas. Era una esfera sangrienta, una hostia de púrpura que animó con tonos de incendio la inmensidad del mar. Las negras masas de vapor que cerraban el horizonte se ribetearon de escarlata. Sobre el obscuro verde acuático se extendió un inquieto triángulo de llamas.
Esta dibujado, como todo lo suyo, con aquel maravilloso sentimiento de la línea que tuvo desde sus comienzos, pero en lo que toca al modo de hacer, ya empieza a vislumbrarse en este lienzo mayor soltura, menos esfuerzo para conseguir el modelado, y en lo referente al color, la tendencia a buscar la dulce y elegante armonía entre tonos grises y negros a que se aficionó tanto y manejó como nadie.
Entre el follaje obscuro, brillante, barnizado, las frutas tenían el lustre de vasos de color, y doraban el aire que las circundaba con esa aureola de esplendor que rodea a las flores de tonos vivos.
Las ropas interiores son finísimas; están adornadas de estrechas cintas de tonos pálidos, y trascienden suavemente a verbena. Las medias son negras, como exige la impúdica perversión de la moda; las ligas, de color de rosa. Ya se calza los bien formados pies. Ahora se pone el corsé, lleno de vistosos pespuntes, y encima el cuerpo de suave batista para no ensuciarlo.
Señalaremos entre ellas la que se titula En la Tumba de un Poeta, El Valz, La Despedida, La Agonía del Poeta, La Desesperacion, las Noches de Diciembre y los Dos Pensamientos, en que no obstante sus variados tonos, predomina un tinte melancólico que les da un aire de familia.
Sí repuso Nébel abriendo los ojos la señora de Arrizabalaga... Ella vió la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja cortesana que trata aún de parecer bien a un muchacho. De ella, cuando Nébel la conoció once años atrás, sólo quedaban los ojos, aunque más hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos.
Esperaba yo un sermón sobre las costumbres actuales y violentos reproches sobre el modo de ser de las jóvenes modernas, pero, con gran asombro mío, la abuela se contentó con mirarme con sorpresa y exclamó en tres tonos diferentes: Calla... calla... calla... Después se aseguró tranquilamente las gafas en la nariz, cogió su labor y habló de otra cosa... ¡Y yo, que esperaba una reprimenda!...
Lo que no me gustaba tanto eran las muchedumbres y el ruido y la línea recta informándolo todo, en el suelo de la calle, en los muros paralelos y compactos de las casas enfiladas, en la piedra y en el hierro de las jaulas del vecindario, avezada como tenía la vista a las curvas ondulantes y graciosas de la Naturaleza, al ordenado desorden de sus obras colosales y a la sobriedad jugosa y dulce de sus tonos severos.
El cura sacudía la cabeza con aire satisfecho, tomaba rapé con entusiasmo y repetía en todos los tonos: ¡Bien, muy bien! Durante todo este tiempo entreteníame yo en contar las manchas de su sotana y en imaginarme lo que parecería con peluca negra, calzón corto y casaca de terciopelo rojo, como la que mi tío abuelo ostentaba en su retrato.
Palabra del Dia
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