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Actualizado: 7 de mayo de 2025


No había otra señora que la duquesa, que presidía en un sillón de alto respaldo, a manera de sitial. Los demás, a un lado y otro de la duquesa, formaban en semicírculo, fumaban y tomaban café, y bebían licores de unas mesitas colocadas a trechos. También la duquesa fumaba, y no un cigarrillo, sino un cigarro puro nada flaco.

Las confiterías sevillanas de antaño tenían un aspecto general que no dejaba de ser característico; en el mostrador no se exhibían los dulces para excitar el apetito: antes por el contrario, se ocultaban los toscos tableros, que sólo se sacaban á petición del comprador; los botes con los almíbares y las conservas se colocaban en largas hileras en la estantería, en cuyo testero principal no faltaban nunca una hornacina, con una escultura religiosa ó con un cuadro devoto, ante el que ardía cierta lamparilla de aceite, y completaban el menaje del establecimiento dos grandes velones, una bandeja con jarro, vasos, un peso de cobre y uno ó dos bancos toscos, en los cuales tomaban asiento y descansaban por las tardes los amigos del dueño, que nunca dejaban de formar allí su tertulia, más ó menos numerosa.

A cada instante era preciso detenerse, pues la nieve se hacía muy profunda. Entonces tres o cuatro de aquellos serranos de la escolta descendían de lo alto del talud, tomaban al caballo de la brida y se continuaba la marcha. De repente Catalina pareció salir de su sueño, preguntando: De todos modos, ¿por qué no me ha dicho Hullin?...

Como la palabra obedecía mal a su pensamiento, huía los diálogos largos y las conversaciones en corro, limitándose a hacer signos de afirmación o negación con la cabeza, y cuando más, a decir frases concisas, que tomaban en sus labios tono de sentencias pretenciosas. Muchos le consideraban como hombre formal, pero de cortos alcances, y algunos le trataban de burro serio.

Las proporciones gigantescas que tomaban las almas, parecía que las tomaban también los cuerpos; y al ver cómo infundíamos pavor a fuerzas seis veces superiores, nos creíamos algo más que hombres. »Entre tanto, Churruca, que era nuestro pensamiento, dirigía la acción con serenidad asombrosa.

Lo único que le molestaba era tener que ocultarla, no poder hacer pública su dicha para que se enterasen de ella todos sus admiradores. Hubiera querido transportarse de un golpe a la decadencia romana, donde los amores de los poderosos tomaban la majestad de la pública adoración.

El cigarro en la boca y el junco cimbreño en la mano, entraban en la Bolsa las dos primos, atropelladamente, asaltando los grupos, codeando a todo el mundo, en dirección a la pizarra, a ver la cotización de los valores: hacían un gesto, lanzaban una exclamación, y con el lapicero tomaban rápidamente apunte. ¿Qué te parece, ché? ¡El oro ha subido diez puntos!

Eran señoras las que los ocupaban, sólo señoras, y algunos transeúntes retrocedían, no queriendo continuar su marcha a través de estos grupos femeniles que tomaban la cubierta como algo propio, sin importarles dificultar la circulación. Mire usted, Ojeda. Ya se está reuniendo «el banco de los pingüinos». Y ante el gesto de extrañeza de su acompañante, dio una explicación.

Como el pueblo las vio ansí arrojar, como cosa que se daba de balde y ser venida de la mano de Dios, tomaban a más tomar, aun para los niños de la cuna y para todos sus defuntos, contando desde los hijos hasta el menor criado que tenían, contándolos por los dedos.

No era en verdad ilusión que los frágiles tabiques de la casa temblaran como las murallas de Jericó, porque durante el ir y venir de la gente en el momento del berrinchín, el piso se estremecía de tal modo y con tan amenazadora trepidación, que los expulsados tomaban con gusto la puerta.

Palabra del Dia

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