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Actualizado: 29 de junio de 2025


A la mañana siguiente, Paula, por orden de su señora, llevó a la niña al cuarto de la plancha, la sentó en una silla alta y pidió las tijeras a la doncella, que cosía al pie del balcón. ¿Qué vas a hacer? preguntó Josefina. Cortarte el pelo. ¿Por qué?... Yo no quiero que me cortes el pelo. Y se bajó resueltamente de la silla. Paula tornó a alzarla. ¡Quieta! le dijo severamente.

Un dia ¡dia fatal! que pasando su errante mirada por todos los objetos que la circundaban, se encontró con la camarista, echó mano de unas bien afiladas tijeras, de que siempre iba armada, se lanzó sobre ella cual el águila sobre su presa, y antes de que su contraria lo hubiera podido evitar, ya la habia despojado de su dorada cabellera.

Erró, efectivamente, al vaciar con el pensamiento el bolsillo de Carmelita, erró con Fernanda, con María Josefa, con Micaela, y ¡miren qué diablo! fue a acertar precisamente con Emilita. Unas tijeras, un pañuelo, un dedal y tres caramelos. La niña se puso a gritar batiendo las palmas, toda nerviosa: ¡Trampa, trampa!

Las largas filas de rosales, los macizos de plantas, toda esa jardinería mutilada y corregida por las tijeras del hortelano, reverdecía con el soplo cálido de la tarde y se cubría de flores, uniendo sus simples perfumes a la estela de esencias que dejaban las señoras tras su paso.

Se le veía agitar los miembros junto al casco de la nave, como unas tijeras blancas que se abrían y cerraban acompasadamente; hasta que, volviendo a la superficie con la moneda en la boca y echándose atrás el mechón húmedo que caía sobre su frente, ganaba la canoa con una agilidad de mono y volvía a temblar de frío, implorando a todo pulmón la generosidad del «caballero».

Besábale las manos, sin que sus labios dejasen la ardorosa huella del deseo contenido, y todo el exceso de Juanito consistía en morder las duricias de la epidermis producidas por el contacto de las tijeras o las rozaduras y pinchazos de la aguja.

Tomó las tijeras, y con mano firme cortó lo que faltaba. ¿Te hago daño? preguntó. Ninguno.

Todos estos caballeros respetables y dignos de estima viven esclavos de tamaña servidumbre, la servidumbre del noticierismo cortesano. Mucho más de la mitad del caudal fugitivo de sus conocimientos consiste en los recortes de la Correspondencia que los periódicos pobres se van echando, como pelotas, de tijeras en tijeras.

Miró hacia el palacio del acuario, que asomaba su blancura entre la columnata de los árboles. Quisiera ser continuó, pensativa uno de esos animales de mar que cortan con las tenazas de sus patas... que tienen en los brazos tijeras, sierras, pinzas... que devoran á sus semejantes y absorben todo lo que les rodea.

El duque, repantigado en el único sillón que había en el despacho de Llera, mientras éste se mantenía frente a él de pie dando vueltas en la mano a unas grandes tijeras de cortar papel, paseó tres o cuatro veces de un ángulo a otro de la boca el negro y mojado cigarro, sin contestar a las últimas palabras de su secretario. Al fin gruñó más que dijo: ¡Hum! El ministro está cada día más terco.

Palabra del Dia

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