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Actualizado: 28 de septiembre de 2025
Si en el interior de África nos enseñaran unos tigres muy sociables, y si ante nuestra estupefacción nos dijeran que esa sociabilidad era natural y que esperásemos a ver a los tigres en Price, esta contestación nos parecería bastante absurda. Pues igualmente absurda me pareció a mí la contestación que me dieron en la ganadería sobre la ferocidad de los toros. No.
Y a las casas de los ricos... y.... ¡Asús!, ¡fuego, mujer! Y afusil... y afusil... ar.... ¿Afusilar... a quién, mujer, a quién? A... a los prisioneros, y al arzobispo, y a los cur.... ¡Infames! ¡Tigres! ¡Calla, calla, que parece que la sangre se me cuajó toda!... ¿Y quién hizo eso? ¡Pues vaya unas barbaridás que cuentas!
Comulgado y confesado habían antes de dejar el puerto de Messina todos los que en la armada iban, como si todos hubieran tenido por cierta la muerte en aquella empresa; tan temerosa se aparejaba; que se sabía que el generalísimo turco, Alí-Bajá, comandaba un espantable número de naves, que de cuatrocientas entre grandes y chicas pasaban, y en ellas venían más de ciento veinte mil hombres, turcos, egipcios, africanos; todos feroces, todos corsarios, duros y cruentos, avezados al carnaje y a la matanza, y, como tigres, carniceros.
Algunos dicen que hay tigres; pero no es seguro. Sí; pero hay pitones, cocodrilos... No hay que temer. Regresemos, señor Cornelio: estamos lo menos a tres millas de donde salimos y podemos extraviarnos. ¿No tienes brújula? No; se la dejé al Capitán. Entonces, apresurémonos, Horn. Mi tío puede inquietarse.
Pepe se quedó plantado delante de María, con los brazos cruzados y los ojos fijos en ella. María sostuvo sin alterarse aquellas miradas penetrantes como dardos. Aquellos amores parecían más bien de tigres que de seres humanos. ¡Y tales son, sin embargo, los que la literatura moderna suele atribuir a distinguidos caballeros y a damas elegantes!
Llevaba exterminadas muchas fieras, especialmente tigres, y á él nunca le ocurría un contratiempo que fuese irremediable. Le herían frecuentemente, le sometían á tormentos atroces; pero sanaba, al fin, con una rapidez portentosa. Y en casi todas las representaciones, ¡su mirada, aquella mirada de héroe niño, que hacía sentir á Mina el pinchazo de un alfiler olvidado!...
Nos era imposible pasarle sin riesgo, y para evitarlo, cada dos soldados hicimos una balsilla, ó red de palos y sarmientos tegidos, en que, llevados del rio, pudiésemos tomar la otra ribera; en este paso se ahogaron cuatro compañeros. Tiene este rio peces muy sabrosos: hay en la tierra muchos tigres.
-Luego, ¿bien las remediárades vos, señora doncella -dijo Dorotea-, si por vos lloraran? -No sé lo que me hiciera -respondió la moza-; sólo sé que hay algunas señoras de aquéllas tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y leones y otras mil inmundicias.
Palabra del Dia
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