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Actualizado: 6 de junio de 2025


Que el pueblo y las tropas estaban en una terrible fermentacion, y era preciso atajar este mal con tiempo, contrayendo á él solo por ahora los primeros cuidados; porque así lo exigia la suprema ley, sin detenerse en los demas que se temian y recelaban.

Mirbeau es normando; desde niño amó el peligro; era ágil, fuerte y violento; sus compañeros le temían; muchas veces, para acreditar su valor, se arrojaba ante los coches que pasaban por la carretera de Tréviéres, su pueblo natal.

A mas de esto, tambien que el Gobernador del castillo, que en el Yobí poco habia sido invadido de los indios, habia manifestado al General Gomez, que con dificultad el habia resistido á esta invasion, con el castillo y guarnicion, porque eran audaces y temerarios los indios, y no temian el fuego, ni el número de soldados: por tanto que viese con quien se ponia, y con quienes emprendia la guerra; y que el mismo Gomez Freire ya pensaba en la paz.

La cuarta nave tuvo mejor suerte, porque corriendo fortuna, pudo desembocar otra vez al mar del norte, y sosegada la tempestad, volvió á envestir al Estrecho, y llegó al parage donde se habian perdido las compañeras, hallando en aquellas riberas la gente que se habia salvado en tierra: los que viendo la nave, comenzaron á hacerle señas, y á gritar á los que iban dentro, pidiéndoles que los recibiesen: pero que no lo hicieron, porque los bastimentos que habian quedado eran tan pocos, que temian no bastasen aun para los del navio.

Los dos se temían y se respetaban, procurando no verse ni encontrarse en el mar, después de varios combates de los que ambos habían salido malparados. Un día, Dragut, al visitar una de sus galeras en Argel, encontró a Príamo Febrer casi desnudo, encadenado a un banco y con un remo en las manos. ¡Cosas de la guerra! dijo Dragut. ¡Cosas de la fortuna! contestó el comendador.

Temían, y con razón, que su superioridad chocase demasiado en aquel medio y que la maledicencia tomase pronto el desquite...

Aguardaban horas enteras a que una gallina solitaria se aproximase a ellos, y retorciéndola el cuello continuaban la marcha, para encender una hoguera de leña seca en mitad de la jornada y engullirse el pobre animal chamuscado y medio crudo con una voracidad de pequeños salvajes. Temían a los mastines del campo más que a los toros.

Esta mudez se prolongó de un modo alarmante, á pesar de que la estancia ya no recibía visitas. Madariaga parecía abstraído; y todos los de la familia, incluso Desnoyers, respetaban y temían su silencio. Comía enfurruñado, con la cabeza baja. De pronto levantaba los ojos para mirar á Chicha, luego á Desnoyers, y fijarlos últimamente en su esposa, como si fuese á pedirle cuentas.

Después de la ruda prueba sufrida por los ricos, viendo pasar el desfile amenazante, temían éstos un reculón de la fiera, arrepentida de su magnanimidad, y todas las puertas se cerraban. Un grupo numeroso se dirigió al teatro. Allí estaban los ricos, los burgueses. Había que matarlos a todos: un drama de verdad.

Temían de sus propias sombras, recelábanse de propios, y como el impío huye sin que le persiga nadie: fugit impius nemine persecuente. Prov. 28.

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