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Actualizado: 6 de junio de 2025
Los legisladores de esta sociedad y de otras semejantes temían sin duda que las mujeres fuesen más dadas á la trampa que los hombres. Ella, la duquesa de Delille, no podía ser igual al marinero griego que tallaba todas las noches con una suerte inverosímil, haciendo incurrir al público en sospechas y malos pensamientos.
Cada cual iba a su negocio, a ver a la novia, a buscar el médico, a matar a un contrario en el otro extremo de la isla, para regresar corriendo y poder decir que a la misma hora estaba con los amigos. Todo el que caminaba durante la noche tenía sus razones para pasar inadvertido. Las sombras temían a las sombras.
Aquella voz que temían no volver a escuchar nunca les removió el fondo del alma, agitando y trastornando de tal modo sus ideas, que cada uno, sin darse cuenta de ello, buscó la salvación de lo que amaba, no en los medios que le eran peculiares y propios, sino en aquello mismo que por serle ajeno, desconocido y contrario, adquirió a sus ojos las proporciones de lo maravilloso.
Hablábase mucho en los apretados corrillos; oíanse los lamentos de los que ya nada esperaban y de los que temían, y no faltaba quien, para desvanecer tristes presentimientos, hiciera risueños cálculos; pero siempre flotaba sobre el llanto y las conversaciones, como respuesta á una pregunta que no se cesaba de hacer, esta frase: ¡Todas están allá!
Los chinos, que temían una irrupción de compatriotas del prisionero, se resistían al principio, prefiriendo dormir en el junco, donde estaban seguros; pero el Capitán hizo que desembarcaran las dos lantacas, y les prometió además que los acompañarían él mismo, uno de sus sobrinos y el viejo Van-Horn, con lo cual les persuadió a quedarse.
11 Por el Señor es hecho esto, Y es cosa maravillosa en nuestros ojos? 12 Y procuraban prenderle, mas temían a la multitud; porque entendían que decía contra ellos aquella parábola; y dejándole, se fueron. 15 Entonces él, como entendía la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea.
A Sancho le quitaron el gabán, y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse de la Hermandad, que temían, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.
44 Poned vosotros en vuestros oídos estas palabras; porque ha de acontecer que el Hijo del hombre será entregado en manos de hombres. 45 Mas ellos no entendían esta palabra, y les era encubierta para que no la entendiesen; y temían preguntarle sobre ella. 46 Entonces entraron en disputa, cuál de ellos sería el mayor.
Braulio, que ha sido siempre tan hurón, buscaba al Conde y charlaba con él y jamás tenía celos de que hablase contigo. ¿Quién hubiera podido imaginar que los celos viniesen de repente, a deshora y cuando menos se temían? Inés, Inés, tu falsía ha sido espantosa, y sólo comparable con tu liviandad. Toda injuria que me dirijas ahora la llevaré con paciencia.
Sin embargo, la opinión general culpaba al marido, vividor poco edificante; y doña Rebeca, que solía dar limosna y llorar en la iglesia, y que vivía encerrada en su casa, pasaba por ser «una infeliz» un poco estrafalaria y algo tocada del mal de la locura. Andrés tenía mala fama; le temían los novios y los maridos, y era mirado con prevención en el valle.
Palabra del Dia
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