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Actualizado: 1 de junio de 2025
Carlos me aguardaba; yo corría a él llena de alegría y de satisfacción; sintiéndome dichosa al presente y esperándolo ser en el porvenir; pero quedé sorprendida al ver la tristeza que revelaba su semblante. ¿Qué podía él en aquella ocasión temer o esperar? ¡Yo estaba libre!
Dulce amar, dulce penar, Dulce temer, dulce ver, Dulcísimo padecer, Felicísimo esperar. ¡Favoreced hasta el fin Empresa tan justa, cielos, Sin mudanza, olvido y celos! JARIFA. Mi padre viene al jardín. ABIND. Huyamos. JARIFA. Dame la mano; Deja de estar temeroso. ABIND. Ya temo, secreto esposo, Lo que no público hermano.
Avisado del peligro que corría su vida, en vez de espantarse ó temer la muerte, parecía que le salía al encuentro con generosidad y fortaleza de ánimo, confiado en la misericordia de aquel Señor que le había concedido cuarenta y ocho años para servirle en la Compañía, y treinta y ocho en las Indias.
Si era así, el hecho no les inquietaba, sino al contrario; pues de los hombres con que hubieran podido tropezarse por aquellos lugares, más tenían que temer que esperar. A las dos, y a cerca de tres millas de la desembocadura, el Capitán hizo que acercaran la chalupa a la orilla más cercana para dar algún descanso a los remeros y para comer algo, pues estaban completamente en ayunas.
La niña, incapaz de acostumbrarse a tales mudanzas estupendas, no sabía si temer o alegrarse en aquella ocasión, y sintiéndose al fin contagiada por la extraña tranquilidad general, esperó curiosa la hora del tren expreso, que era la de las cuatro de la tarde.
Y como le dijo su padre entonces: O se está o no se está en el campo; o hay o no hay libertad omnímoda en él; y por último, por aquí no andan perros ni ganados ni cosa alguna que temer, porque no es camino para ninguna parte del mundo.
Díjole Anselmo que bien podía estar segura de aquella sospecha, porque él sabía que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, a quien él celebraba debajo del nombre de Clori, y que, aunque no lo estuviera, no había que temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad de entrambos.
Pero ¿cómo ha logrado usted...? dijo el marquesito. De un modo muy sencillo. Empecé aproximándome con cautela, cada día un poco más. ¿Sin careta? Sin careta ni guantes. Me fui acercando poco a poco. Dos o tres veces me picó alguna, pero lo sufrí con resignación. No les hacía ningún daño y al cabo logré convencerlas de que nada debían temer de mí.
Después serás dueña de tu destino y no tendrás nada que temer. Hasta podrás prescindir de mi si eso te agrada. Así habrás probado á Tragomer y á Marenval que eres Jenny Hawkins y que nunca serás para ellos sino Jenny Hawkins. ¿No vale la pena de arriesgar el golpe? Sé firme y yo te probaré que soy el hombre que te he dejado suponer. ¿Vendrás?
Frantz volvió a sentarse; el viejo tomó una expresión ingenua y preguntó: Y nuestros amigos los alemanes ¿no se quedan con nada de nadie? La gente pacífica no tiene nada que temer; pero a los granujas que se insurreccionen se les confisca todo; y eso es justo, pues los buenos no deben pagar las culpas de los malos.
Palabra del Dia
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