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¿Tiene usted miedo de estar sola conmigo?... le pregunté. ¡Miedo yo! jamás lo he tenido... ¿qué podría temer de usted?... ¿De ?... nada, sino que la admiración que usted me inspira me hiciera aprovechar este momento para cometer una locura. ¿Qué locura? me dijo, echándose para atrás con una sonrisa llena de voluptuosidad.

Últimamente Rocafort vino bien en esto, por temer los daños que se podrían seguir, ó por parecerle que los doce consejeros estarian mas de su parte que de la de Berenguer, á quien fácilmente persuadieron lo mismo.

La viuda salió de la pieza, pero permaneció en el corredor. Sus piernas se negaban a alejarse de un sitio en que sin duda iba a decidirse la suerte de su hija y a pronunciarse una sentencia irrevocable. Un ruido en la cerradura le hizo temer que la condesa fuera a sorprenderla.

Nada tenía ya que temer el pastor, pues sabía que el perro iría á buscar socorro y pronto volvería con gente provista de cuerdas. Sin embargo, mientras duró la espera, pasó por las horribles angustias de la desesperación.

Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo; mas por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía.

En la inteligencia de que esta era la voluntad decidida del pueblo, y que con nada se conformaria que saliese de esta propuesta; debiéndose temer en caso contrario resultados muy fatales.

El trueno no cesó un solo instante y las olas batieron toda la noche furiosamente las escolleras, rompiéndose en ellas con fragor tremendo. Los náufragos del junco, que no tenían ya nada que temer del furor de los elementos, durmieron plácidamente en su chalupa, cubiertos por un gran encerado y por la vela, que los protegían de las salpicaduras de las olas.

Isidora fluctuaba entre el reír y el temer. Se reía y estaba pálida. Después sintió frío. «Yo bien lo que pasará cuando usted llegue al fin de su camino prosiguió él . En vez de quererme entonces como ha prometido, me despreciará... ¡Será usted entonces tan superior a !...». La perfidia en estas palabras era tanta, que no cabía debajo de todos los pliegues del disimulo.

Hallóse en notable confusion era hombre sagaz, y prevenido en todos sus consejos, pero no pudo prevenir con sus artes acostumbradas lo que nunca pudo temer.

Los privados de Andronico, y las personas de mayor estimacion de su nacion, comenzaron á temer nuestras fuerzas, juzgándolas por superiores á las que ellos tenian, y que dentro de casa tanto poder en manos de extranjeros era cosa peligrosa.