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Actualizado: 14 de junio de 2025
No tardó en llegar á la otra casa, donde le aguardaban con tanta ansiedad. Era en la calle de la Luna, edificio de buena apariencia, que albergaba en el principal á un aristócrata; más arriba familias modestas, y en el techo un enjambre de pobres. Torquemada recorrió el pasillo obscuro buscando una puerta. Los números de éstas eran inútiles, porque no se veían.
Ese camino baja hacia el río... Y allá, en el fondo, aparece el molino, el objeto de sus sueños. ¡Cómo brilla el viejo techo de paja por arriba de los grupos de árboles! ¡cómo hacen resaltar los cerezos en flor su blancura de nieve en el jardín! ¡Cuán alegremente le grita el tictac de las ruedas! «¡Bien venido seas, bien venido seas!» ¡Qué dulce canción murmura la vieja y querida presa, cubierta de musgos verdes!
En la aldea de Anam, con las casas ligeras de techo de picos y corredores, se ve al cochinchino, sentado en la estera leyendo en su libro, que es una hoja larga, enrollada en un palo; y a otro, un actor, que se pinta la cara de bermellón y de negro; y al bonzo rezando, con la capucha por la cabeza y las manos en la falda.
La ciega hablaba como si no lo fuera y así hacía siempre. Los comensales se miraban unos a otros sonriendo con una mezcla de alegría y de compasión. Elena, entusiasmada con el elogio, no parecía fijarse y le hacía preguntas y consultaba detalles. «¿Qué te parece, pondré sobre la chimenea un reloj imperio o una estatua? ¿Pondré la luz en el techo o en los rincones? Pocos muebles, ¿verdad?
Los vidrios de la claraboya tomaban un tinte acaramelado con los rayos del sol, pero abajo solo descendía una luz verde y difusa, una claridad de bodega, discreta y dulce, que parecía sumir la Cámara en una calma monástica. Por las ventanas del techo, encima de la presidencia, veíanse pedazos de cielo azul impregnados de la suave luz de una tarde de primavera.
El ministro se puso en pie, buscando aire que respirar, y llevándose la mano al corazón como si quisiera arrancárselo del pecho. ¡Cómo! ¿Qué dices? exclamó. ¡Un enemigo! ¡Y bajo mi mismo techo! ¿Qué quieres decir, Ester?
Lo que de mí tengo que decirle es poca cosa, y podría reducirse a algunas palabras nada más: un campesino que se aleja un momento de su aldea, un escritor descontento de sí mismo que renuncia a la manía de escribir; y el techo de la casa nativa destacándose sobre el comienzo y el final de su historia.
Todo lo que alcanzaba la vista estaba bajo techo, sin otra concesión á las expansiones del suelo que los aislados mechones verdes de los jardines irguiéndose entra masas de tejas rojas.
Las vigas del techo están ennegrecidas por el humo, y sobre al suelo sin alfombras ni tarimas, hay algunos ladrillos rotos en mil pedazos, en cuyos fragmentos se conocen las señales de los clavos que llevaban en los zapatos los campesinos, cuando convirtieron en sala de baile esta habitación.
Encendió un cigarrillo, se tendió en un sofá y permaneció arrojando círculos de humo que subían, formando espirales, hacia el techo del estudio.
Palabra del Dia
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