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Baldomero alcanzó a oír la pulla y levantándose fue hacia quien la había lanzado y le dijo: Vea, Martín: estos señores están conmigo, ¿entiende? ¿Y yo qué hago? No le digo más respondió Baldomero, disponiéndose a volver a su asiento; pero al hacerlo oyó que el paisano decía como en un rezongo: ...¡ lindo... no va a poder hablar uno!...

Un censo impuesto sobre la Uni.l Consig.n del Reyno R.ta n.º 5. AP

¡Ay, qué bribona! ¡Chismosas! ¡Pegotona, aceitera! ¡Hambronas! ¡Tramposas, más que tramposas! ¡Aldeana! ¡Tarasca! ¡Golosas! ¡Relambidas! Ta... ta... ta... tab... tabernera! logró decir la tartamuda, después de un esfuerzo desesperado. ¡Tar... tar... tartajosa! la contestó, remedándola, la otra.

Y don Alvaro responde: ¡Ta, ta, ta, ta, ta! Calvete, que ha pasado de zagalón a ser un mozo muy gentil y brioso, que es al mismo tiempo travieso y más malo que la quina, viendo que don Alvaro no puede quejarse de sus travesuras, ya que ni habla ni escribe, se deleita a menudo en ponerle furioso.

Este descubrimiento produjo entre los asistentes un grito de indignación; las damas, como se sabe, gustan mucho de las empresas peligrosas... efectuadas por otros. ¡Ya, ya, señor de Bevallan, vaya una bella invención! Ta, ta, ta, señoras. Es la misma cosa que el huevo de Colón. Era preciso saber el cómo.

¡Ta, ta, ta, ta! dijo en voz alta sin pensar que estaba en la iglesia . Hija mía, las esposas de Jesús no se hacen de tu maderita. Haz feliz a un cristiano, que bien puedes, y déjate de vocaciones improvisadas. La culpa la tiene el romanticismo con sus dramas escandalosos de monjitas que se escapan en brazos de trovadores con plumero y capitanes de forajidos.

La señora se encogió de hombros. ¡Conmigo no ta debí nada! ¿Y cosa di jasé Paulita? No di faltá novio, ñora. Siguro di llorá un poco, ¡luego di casá con un español! La noche fué de las más tristes. En las casas se rezaba el rosario y piadosas mujeres dedicaban sendos padrenuestros y requiems á las almas de parientes y amigos.

En Manila, en una dulcería que había cerca de la Universidad, muy frecuentada por estudiantes, se comentaban las prisiones de esta manera: ¿Ya cogí ba con Tadeo? preguntaba la dueña. Abá, ñora, contestaba un estudiante que vivía en Parían, ¡pusilau ya! ¡Pusilau! ¡Nakú! ¡no pa ta pagá conmigo su deuda!

Diómela sin quererlo, haciéndome él el encargo; porque habéis de saber, don Francisco, que como os he dicho, yo sabía que es criado de la condesa de Lemos. ¡Ta! ¡ta! ¿y qué sabías ?... Olía de una legua el encargo á faldas... yo soy muy práctico en estos negocios... lo que no pude adivinar, fué que vos fuéseis el galán que había de robar á la justicia. ¡Suerte tenéis!... ¡Como mía!

... ya , del duque de Uceda. ¿Pero cómo el duque de Uceda...? El duque, viste, calza, da joyas y dinero; á más envía todas las mañanas á uno de sus criados con un cestón lleno de lo mejor que se vende en los mercados, para doña Ana de Acuña. ¡Ta! ¡ta! ¡ta! ¿Doña Ana de Acuña se llama la que vive en esa casa? por cierto. ¿Y es querida del duque de Uceda?