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Actualizado: 19 de junio de 2025
Sobre el río salvaje, encajonado en los lúgubres murallones de bosque, desierto del más remoto ¡ay!, los dos hombres, sumergidos hasta la rodilla, derivaban girando sobre sí mismos, detenidos un momento inmóviles ante un remolino, siguiendo de nuevo, sosteniéndose apenas sobre las tacuaras casi sueltas que se escapaban de sus pies, en una noche de tinta que no alcanzaban a romper sus ojos desesperados.
Porque aquella naturaleza seria y salvaje, aquellos valles profundos cortados por riachuelos, salpicados de caseríos sumergidos en un mar de verdura, a que las distintas luces y los distintos matices parecen prestar flujos y reflujos fecundados por el trabajo, santificados por iglesias, siempre verdes, siempre bellos, siempre pavorosamente melancólicos, como lo es en la imaginación del campesino vasco la idea misteriosa de las Maitagarris, tienen algo de la silenciosa majestad de un templo, de la serena tristeza de los paisajes de otoño, que parecen llorar y sonreír al mismo tiempo; de la suave melancolía que inunda el alma al caer de la tarde, cuando la campana de la iglesia hace resonar el toque del Ángelus y se despide el día murmurando al oído del hombre aquella palabra mil veces repetida, sin pensar jamás en su alcance infinito: ¡Adiós!...
Las columnas de los templos helénicos sumergidos en el golfo de Nápoles y vueltos á la luz por un levantamiento del suelo aparecían atravesadas de parte á parte por este diminuto perforador. Gritos de sorpresa y nerviosas risas llegaban de pronto hacia Ferragut. Procedían de la parte del Acuario donde estaban los estanques de los peces.
Altos ribazos coronados por tapias; inabordables riberas de barro y cañaverales sumergidos; un poco más allá el río libre, la confluencia de los dos brazos que abarcaban la antigua ciudad y unían sus corrientes extendiéndose como inmenso lago. Los dos hombres iban a la ventura. Carecían, para guiarse, de las señales normales.
Las pocas barcas que había en la ciudad iban como podían por aquel inmenso lago salvando familias, expuestas a estrellarse contra los obstáculos sumergidos, teniendo que librarse con desesperados golpes de remo de la veloz corriente. Y a pesar del peligro, la gente hablaba con una relativa tranquilidad.
Aquella mujer con nietos guardaba el alma de sus ocho años, incapaz de crecimiento y de evolución; y esta alma permanecía inmóvil y dormida en el envoltorio de su inocencia crédula, lo mismo que los embriones humanos dignos de estudio que se conservan sumergidos en un bocal.
Aventuróse á bajar sin ser visto de su tío, recorrió lleno de zozobra y ansiedad el pasillo; pero nada consiguió. Todo estaba cerrado y en silencio, y sin duda los habitantes de la casa estaban sumergidos en el agradable sopor de la siesta ó en el letargo espiritual de la contemplación religiosa.
En el océano Pacífico hay muchos volcanes apagados y sumergidos desde tiempos remotísimos, separados de los nuestros por millones de millones de años. Algunos de estos volcanes llegan con sus cimas casi hasta la misma superficie del mar. Los pólipos coralíferos ocupan esa cima y comienzan su construcción, elevándola gradualmente.
Ahí está el peligro que corre la vida de mis pilotos, vida modesta, pero tan gloriosa cuando se encuentre un Homero que cante su Odisea. Compréndese fácilmente que el viejo soberano de los naufragios, el antiguo atesorador de tantos bienes sumergidos, no sabe agradecer ni poco ni mucho á los indiscretos que se presentan á disputarle su presa.
Repentinamente, en una vuelta aparecen algunos hombres sentados en un tronco vaciado y seguidos de un gran haz de troncos, medio sumergidos en el agua: es la armadía de acacia que resbala silenciosa por la superficie del arroyo. La tripulación no tiene que hacer más que dejar á la deriva el montón que le sigue, acompañando con su cantinela la cadencia de los remos.
Palabra del Dia
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