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Pero se encontró con una voluntad de hierro y una muñeca de acero: agresor y agredido rodaron agarrados por el suelo; en el mismo instante, el viejo se irguió, tomando con una mano la pistola que había podido arrebatar y con la otra sujetando con el brazo tendido la garganta de un joven de hosco y salvaje semblante, que pretendía deshacerse con esfuerzos sobrehumanos.

De aquí nace, que poco á poco se va haciendo la fantasía de los domésticos y sujetando á las mismas manejas de los dueños, y la de estos por cierto modo de contagio arrastra la de aquellos.

Los coches comenzaron a caminar en medio de la muchedumbre. Rodeábanlos amarteladas parejas que marchaban de bracero en íntimo coloquio, viejos que llevaban niños de la mano, sujetando en la otra grandes pañuelos atestados de confites, grupos de muchachas cambiando sus impresiones en voz alta, riendo con sonoras carcajadas.

La repentina invasión de los árabes, á principios del siglo VIII, acabó de destruir la vacilante monarquía de los godos, sujetando con pasmosa celeridad al país y sus habitantes, y sólo escasísima parte de éstos se mantuvo independiente, refugiándose en las montañas inaccesibles del Norte.

Era, en una palabra, el tablado en que estaba la picota: sobre él se levantaba la armazón de aquel instrumento de disciplina, de tal modo construído que, sujetando en un agujero la cabeza de una persona, la exponía á la vista del público.

El brillo de la luz en el aposento en que escribo es en un hecho particular y contingente; y la ciencia como tal, no puede ocuparse de él, sino sujetando el movimiento de la luz á leyes geométricas, es decir á verdades necesarias. Luego el yo en mismo, como sujeto, no es punto de partida para la ciencia, aunque sea un punto de apoyo.

Don Fermín corrió a la puerta, la cerró por dentro, y volviéndose rápido y con ademán descompuesto, gritó, sujetando con fuerza el brazo de la criada: ¡Déjate de disimulos, habla o te arranco yo las palabras! Petra le miró cara a cara, fingiendo humildad y miedo; «quería ver el gesto que ponía aquel canónigo al saber que la señorona se la pegaba».

No tuvo más remedio que acceder: púsose en pie, y cruzando las piernas y sujetando entre ellas el periódico, comenzó a meter botones en los ojales.

Ramiro, entonces, con voz amenazadora y más fuerte, repitió: ¡Por el amor de Dios, dadme un poco de pan! Pero el desconocido, sujetando apenas la mula, contestó secamente: Mejor sería ir a ganalle con vuestros brazos. ¿Pensáis acaso que esa roñosa pereza borra crímenes y perjurios?

Pero no contó con la huéspeda, la cual en esta ocasión fue Marroquín, quien indignado de aquel acto brutal, o por ventura cediendo a la aversión que le inspiraban todos los clérigos, acudió velozmente en auxilio de su compañero, y sujetando a su vez al cura por la espalda, le apretó tanto la cintura, que aquél se vio obligado, no solamente a dejar en paz a D. Leandro, sino a pedir con voz quejumbrosa misericordia.