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Actualizado: 11 de junio de 2025


Aunque había comenzado a hablar en tono muy bajo, como me hallaba tan preocupado, descuideme y fui alzando la voz sin notarlo. Algunas palabras sueltas debieron de haber llegado a los oídos de las cigarreras más próximas, porque las oía repetidas en voz alta acompañadas de risas y jarana. No hice caso.

Con inflamados ojos miró Pecado su querido ros en la cabeza de aquel monstruo de la rapacidad, y poniéndose los brazos en jarra, habló así: «¿Sabes lo que te digo?..., que si no sueltas el ros te reviento a patás. ¡Ladrónchilló el Majito, sintiéndose otra vez más valiente por la presencia de Mariano.

El ruiseñor volvió a cantar con timidez, como un artista que teme ser interrumpido. Lanzó algunas notas sueltas con angustiosos intervalos, como entrecortados suspiros de amor; después fue enardeciéndose poco a poco, adquiriendo confianza, y comenzó a cantar, acompañado por el murmullo de las hojas agitadas por la blanda brisa.

La chalupa, libre ya después de sueltas las amarras, fué arrastrada por una ola gigantesca. Ya era tiempo. El junco, lleno de agua, casi hasta la segunda cubierta, se hundía con rapidez, arrastrado a los abismos del mar por el enorme peso que llevaba dentro. Aún se levantaba con fatiga sobre las olas; pero aquéllas eran las últimas señales de vida que daba.

No hagas locuras... Si me sueltas te perdonaré tus pecados, que son tantos que no se pueden contar; pero si te obstinas en llevarme, te condenarás. Suéltame y no temas, que yo no le diré nada a D. León ni a las monjas para que no te riñan... Mauricia, chica, ¿qué haces...? ¿Me comes, me comes...?». Y nada más... ¡Qué desvarío!

Asunción, Presentación, Inés, las tres estaban allí, libres, sueltas, en posesión completa de sus gracias, donaires, iniciativa y travesura. Pero antes de deciros lo que hacían aquellos pajaritos aprisionados a quienes se permitía por un momento dar vueltas holgadamente por la jaula, voy a indicaros cómo era esta.

El cuarto contenía las piedras sueltas y al descubrirlo un murmullo de admiracion resonó en la sala, Sinang volvió á castañetear con la lengua, su madre la volvió á pellizcar no sin soltar ella misma un ¡Sus María! de admiracion. Nadie había visto hasta entonces tanta riqueza.

Su cortísima historia, diez páginas sueltas de la de Alemania, puede leerse en las calles de Munich, gigantesca, desproporcionada, toda en pinturas y en monumentos, como uno de esos libros que se regalan a los niños como aguinaldo, con poco texto y muchas láminas. En París sólo tenemos un arco de triunfo.

Pasamos sin detenernos, entramos en las gargantas y pronto costeamos el Funza, que como el hilo de la virgen griega, nos guía por entre aquel laberinto de rocas, piedras sueltas ciclópeas, desfiladeros y riscos. El río Funza o Bogotá se forma en la sabana del mismo nombre de las vertientes de las montañas, y toma pronto caudal con la infinidad de afluentes que arrojan en él sus aguas.

Otras veces andaba por el cuarto a largos pasos. Otras se echaba en un sillón y se cubría el rostro con las manos. Jamás se había sentido tan inactivo, tan incapaz y tan infecundo. Un día cerró con despecho el volumen en que iba escribiendo sus apuntes, y se puso a escribir en hojas sueltas. La inspiración entonces vino sin duda en su auxilio.

Palabra del Dia

rigoleto

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