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Actualizado: 20 de julio de 2025


Agradábale tanto la niña aquella, que se la habría llevado consigo si sus suegros y su marido lo permitieran; pero no siendo posible esto, se consolaba vistiéndola como una señorita, pagándole el colegio y pasando un ratito con ella. Gozaba en ver su belleza, en aspirar la fragancia de su inocencia y en examinarla para cerciorarse de sus adelantos.

Mezquinamente socorrida por sus suegros, vivía en un sotabanco de la calle de la Cabeza, mal abrigada y peor comida, indiferente a su esposo, consumiéndose en letal ociosidad, que fomentaba los desvaríos de su imaginación. En cambio, Antoñito se había hecho hombre formal después de casado, tal vez por obra y gracia de la virtud, buen juicio y laboriosidad de su mujer, que salió verdadera alhaja.

Obdulia no entraba en caja: era forzoso asistirla de medicamentos y caldos, pues los suegros se llamaban Andana, y no era cosa de mandarla al Hospital. Tenía, pues, sobre la heroica mujer carga demasiado fuerte; pero la soportaba, y seguía con tantas cruces a cuestas por la empinada senda, ansiosa de llegar, si no a la cumbre, a donde pudiera.

Deseo saber si desde que este señor ha ido a casa de mis suegros a pedirles la mano de Presentación tienes algún agravio de ellos o de ella. Godofredo se puso rojo de nuevo y luego pálido. Al cabo balbució con trabajo: Yo creo que mi carta... Tu carta es un verdadero cien pies. Después de haberla leído con cuidado dos veces, nada he sacado en limpio.

Evidentemente, era un yerno futuro: sólo éstos son capaces de pensar en todo igual a otro hombre; es privilegio de los que están por ser suegros encontrar quien no los contradiga en nada.

Asintió a ello la señora, y la tristeza de ambas se aumentó con la noticia, traída por la criada de Obdulia, de que esta se había puesto muy malita, con alta fiebre, delirio, y un traqueteo de nervios que daba compasión. Allá se fue Benina, y después de avisar a los suegros de la señorita para que la atendieran, volvió a tranquilizar a la mamá.

Hasta que una noche sintió Carlota los precursores del alumbramiento. Se envió recado al médico y a Mario, y éste corrió desalado a la casa de sus suegros, pisándola otra vez contra la voluntad de su esposa. Vino al mundo un niño robusto y hermoso.

«¿Sabes lo que se me ha ocurrido? dijo Santa Cruz a su mujer dos días después en la estación de Valencia . Me parece una tontería que vayamos tan pronto a Madrid. Nos plantaremos en Sevilla. Pondré un parte a casa». Al pronto Jacinta se entristeció. Ya tenía deseos de ver a sus hermanas, a su papá y a sus tíos y suegros.

De todos modos, tal vestimenta se avenía mal con la pobreza de la esposa de Luquitas. «¿No ha venido anoche tu marido? le dijo Benina, sofocada de la penosa ascensión. No, hija, ni falta que me hace. Déjale en su café, y en sus casas de perdición, con las socias que le han sorbido el seso. ¿No te han traído nada de casa de tus suegros? Hoy no toca. Ya sabes que lo dejaron en un día y otro no.

Los ha pedido a su suegro de Santiago; y como el suegro de Santiago no tiene tampoco una peseta disponible, como usted me enseña... héteme aquí que se los ha dado el suegro de los Pazos. ¿Se le cuentan dos suegros a ese candidato carlista? preguntó el gobernador, que a su pesar se divertía con los chismes del secretario.

Palabra del Dia

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