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Actualizado: 23 de junio de 2025
Por fin realizaba el deseo de acabar sus días en un rincón de la soñolienta catedral española, única esperanza que le sonreía cuando caminaba a pie por las carreteras de Europa, ocultándose del guardia civil o del gendarme, y pasaba las noches en un foso, apelotonado, con la barba en las rodillas, creyendo morir de frío.
Ella le contemplaba con sonrisa maliciosa. Muchas gracias, padre. Ahora hágame el favor de envolverme las piernas en la manta... Así; perfectamente. Ahora acuéstese un poco también y no haga ruido. El sacerdote, que a todo esto sonreía forzadamente, se acomodó en el rincón opuesto y quedó de repente serio, con el entrecejo violentamente fruncido.
El aire era tibio y embalsamado, el cielo puro, el mar magnífico; y, sin el ligero balanceo que el oleaje imprimía al barco, se hubiera podido creer que se estaba en tierra. Sentado sobre un rico diván, Carlos sonreía a su esposa, que aun tenía una guitarra en la mano. ¡Bravo, bravo, Anita mía! exclamó él , jamás se ha cantado mejor el amor. Es que jamás se ha experimentado mejor, ángel mío.
Como Aresti sonreía socarronamente, el hombrecillo pareció intimidarse ante su gesto. A ver: siga usted, señor Goicochea, dijo el doctor. Piense usted que ella tiene sus guiris, sus ches de pantalones rojos, prontos á disparar el fusil como en otros tiempos.
Gabriel sonreía oyendo al cadete. Son ustedes unos engañados, lo mismo que esos pobres muchachos que entran en el Seminario creyendo que les espera la mitra o una gran prebenda al otro lado de la puerta. Es la seducción que aún ejercen después de muertas las grandes cosas que fueron. Vamos a ver... aparte del resultado material de la carrera, ¿por qué son ustedes militares...?
Después, en Nièvres y en París había renovado la misma insinuación sin que Julia ni yo mostráramos la menor idea de darle acogida. Un día, delante de su padre que sonreía dulcemente observando aquellas ingeniosas niñerías tomó el brazo de su hermana, lo enlazó al mío y luego nos contempló con expresión de verdadera alegría.
Usted la quiere, y basta. ¿Por qué ha de ir mi hermana a trabajar la tierra y pasar fatigas, cuando un señor como usted se fija en ella?... Además y aquí sonreía maliciosamente el pilluelo , a mí me conviene este casamiento.
Se tuvo miedo la niña, y aunque muy contenta de sí, halagada por aquel rumor como si le rozasen la frente con muy blandas plumas, se sintió sola y en riesgo, y buscó con los ojos, en una mirada de angustia a doña Andrea, ¡ay! a doña Andrea que, conforme iban pasando los años, se hundía en sí misma, para ver mejor a don Manuel, de tal manera que ya, si sonreía siempre, apenas hablaba.
Y sonreía enigmáticamente al decir esto, le brillaban los ojos; no se recataba en dar a entender que el tesoro era una realidad... pero que nadie lo vería nunca. Los domingos eran los únicos días en que Maltrana hablaba con el señor José y veía a su hermano.
Chisco me miraba de reojo y hasta se sonreía un poquillo, particularmente cuando se fijaba en mi calzado, y, sobre todo, cada vez que me veía resbalar en la arcilla blanda o sobre las lastras de los encalabrinados senderos.
Palabra del Dia
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