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Así que no pudiendo satisfacerlo con soñadas escenas trágicas, porque Miguel se reía de sus temores, diose a ejercitar su recalentada imaginación en otra clase de caprichos raros. Nada podía llevarse a cabo en sus relaciones de un modo normal; era forzoso adobarlo todo con alguna especia de misterio.

Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. El, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Del mismo modo induce a hacer este juicio la circunstancia no menos evidente y notoria, de que los demás jefes americanos, que vinieron después de las sonadas victorias del almirante, los Generales Merrit Anderson y Otis proclamaron al pueblo filipino que América no venia á conquistar territorios si no á librar á sus habitantes de la opresión de la Soberanía española.

Don Quijote le comunicó su pensamiento, y le rogó preguntase luego a su mono le dijese si ciertas cosas que había pasado en la cueva de Montesinos habían sido soñadas o verdaderas; porque a él le parecía que tenían de todo.

Allí estaba la ropa que había traído del río, y hasta la naranja corredora estaba allí también. ¿Si habrá sido todo un sueño? dijo para la lavanderilla. Quisiera volver al palacio del Príncipe de la China para cerciorarme de que aquellas magnificencias son reales y no soñadas.

-Con todo eso, querría -dijo Sancho- que vuestra merced dijese a maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a vuestra merced le pasó en la cueva de Montesinos; que yo para tengo, con perdón de vuestra merced, que todo fue embeleco y mentira, o por lo menos, cosas soñadas.

Las ocho de la mañana serían ya bien sonadas cuando el señorito Octavio abrió los párpados despegándose del sueño febril que le embargara desde el amanecer. Muy lejos de concederle descanso y reparar sus gastadas fuerzas, le dejó más inquieto y molido que nunca: las mejillas pálidas; un círculo oscuro, amoratado en torno de los ojos.

Los voltaicos sinfonizan un poema de alas blancas y eucarísticos jazmines, mientras mugen los trombones, mientras miman los violines con sus mimos que electrizan, y rotundos bordonean los pastosos violoncelos unas músicas de ensueño que la mente narcotizan como un opio de los cielos, y derraman los oboes la armonía voluptuosa del amor y del idilio que recuerda bellas páginas del gran Longo y de Virgilio, ¡bellas páginas soñadas en la Hélade y el Lacio, tierra azul de las ideas! con sus Dafnis y sus Cloes, con sus Títiros agrestes y sus lindas Galateas... ¡Está lleno el gran palacio!

La luz tranquila, que caía como una caricia sobre cuanto iluminaba, parecía hacer visibles a los ojos del espíritu el silencio y la soledad de aquella estancia, y ese excitante aroma desprendido de cuanto usa la mujer hermosa y limpia impregnaba la atmósfera de efluvios como formados con emanaciones de flores extrañas y aliento de bellezas soñadas.

Las tertulias de comadres se habían deshecho. Eran sonadas ya las once, y toda aquella gente necesitaba madrugar. La luna seguía iluminando, al través de la atmósfera serena y abrasada, la mayor parte del recinto. Su luz, deshecha en jirones, formando figuras geométricas, dormía tranquila sobre las piedras lustrosas del suelo.