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Desde la embajada española, allá en lo alto de Pera, veíase flotar sobre el límpido azul de las olas su largo levitó oscuro, ceñido por el zurriago de cuero de hipopótamo, insignia de su clase, que había servido de dogal.

Con voz flaca y lánguida, pidió que la desembarazaran del abrigo, pues se moría de calor; Susana dió satisfacción seguidamente a su deseo, desató los lazos de la capota, que la ahorcaban, y aflojó el corsé, requisito indispensable cada vez que la señora volvía de la calle. Ella daba suspiritos de alivio, la cabeza desmayada sobre el respaldo del sillón, los ojos cerrados voluptuosamente.

Y se dejó caer sobre el parapeto del camino, exclamando: ¡Alma! ¡Alma! ¡Alma!... Su desesperación palpitaba sordamente bajo la fe que despertaba en su interior esta invocación. No quería ni podía resignarse a la monstruosa realidad, y un ímpetu violento de iracundo desdén le sublevaba.

Pase usted, D. Marcelino. La tienda de D. Marcelino. Aunque mucho más clara de lo que su amo hubiera deseado á tales horas, la tienda no era, á decir la verdad, un farol veneciano. Toda su iluminación se reducía á una lámpara de petróleo colgada en el centro de la estancia sobre el mostrador.

Vió al sol descender por detrás de las negras hayas, y extenderse poco á poco la sombra sobre el cielo rojizo, hasta quedarse todo obscuro. Cerró entonces la ventana y cogió un libro. En el salón, la señorita Guichard y Bobart no jugaban esta noche su partida acostumbrada. La solterona estaba pensativa; el episodio del perro le parecía muy extraño.

En esto, es fuerza confesar que vivía un poco atrasadillo, pero los grandes ingenios tienen esa ventaja sobre el común de las gentes, es decir, pueden quedarse allí donde les conviene, venciendo el oleaje revolucionario, que también arrastra á las letras. Para él, las novelas de Mad.

En el primer momento la fisonomía del Príncipe Zakunine había permanecido sin expresión; parecía que éste no hubiera oído, o que no hubiera comprendido; pero, poco a poco, una amarga e irónica contracción de los labios, un encogimiento de las cejas sobre los ojos de pronto hundidos y casi risueños, animados por una risa casi dolorosa, revelaron la sensación de estupor, de incredulidad y en cierto modo de diversión, que tan inopinado cargo despertaba en su ánimo.

Porque la babucha comprada en el Gran Bazar y la necedad del tío Frasquito iban a colocarle aquel mismo día en lo alto de la columna del escándalo, en la gloriosa picota de la moda, que asentaba esta vez sus cimientos sobre los cadáveres de dos seres degradados, muerto el uno con un dogal, cosida la otra a puñaladas y arrojada en su saco de cuero, sin expirar todavía, viva y palpitante, en lo profundo del mar de Mármara.

La fealdad de su rostro era tal cuando formuló esta pregunta, que doña Mónica no pudo menos de apartar los ojos con horror. Sin embargo, sabía a qué atenerse sobre su carácter y le apreciaba tanto que tenía confianza bastante para no barrerle el cuarto hasta las cuatro de la tarde y llevarle el chocolate quemado dos o tres veces por semana. ¡Buena diferencia con Freire el huésped de la sala!

Luzán y todos aquéllos, que daban crédito á sus máximas como á artículos de fe en punto á crítica, predominaron en general largo tiempo, comprendiéndose así que pasaran casi desapercibidos dos escritos sobre dramaturgia de tendencias contrarias.