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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Linda creacion de un genio ignorado, ó quizás de un mero artífice rutinero, ¡cuánta animacion dás tú á ese humilde rincon en que nadie repara, y cuánto hablas al alma del viajero creyente, que así como suele encontrar los destellos de la virtud en los mas pobres hogares, halla á veces las perlas del arte en los olvidados escondrijos, donde solo las acompañan las sencillas aves y los aromas de las silvestres flores!
Doña Manuela también rió un poco, siguiendo con la vista la ruidosa persecución que se alejaba, y entró después en el mercado de casquijo, buscando las golosinas silvestres que la gente rumia con fruición en Navidad, olvidándolas durante el resto del año.
Arroyuelos de agua cristalina corrían serpenteando y murmurando por el somero cauce que naturalmente habían abierto, y en cuyas márgenes crecían violetas, rosas silvestres y mil hierbas de olor. No bien empezaba a anochecer discurrían por el aire en multitud sin cuento las luciérnagas, como brillantes joyas con que bordaba allí su manto la primavera.
Resignada y triste se pasea con Margarita por un campo solitario, entre flores silvestres. Acércase á ella Wolsey, fugitivo, sediento y muerto de hambre, y le pide una limosna. La Reina se había tapado el rostro para no avergonzarlo, y le entrega sus últimas joyas; entonces se descubre á sus ruegos, y él, desesperado, le da las gracias.
Sus pies se enredaban en las plantas silvestres que la fecunda Naturaleza hacía crecer en las junturas de los sillares. Bandadas de pájaros escapaban en tropel, al acercarse ellos, de estos bosques en miniatura. Los relieves escultóricos servían de refugio a los nidos. Cada oquedad de la piedra era un pequeño lago, donde se depositaba el agua de las lluvias y venían a beber los pájaros.
Iba ella a coger fresas silvestres, de las muy delicadas que en abundancia producía aquel bosque, y a coger también cierta florida hierbecilla, llamada waldmeister, que se pone y conque se perfuma y sazona el maitrank, deliciosa bebida propia de aquella estación y de la que gustaba muchísimo la Condesa viuda.
Miraba Chinto a la bahía con la boca abierta, y cuando al fin salió Amparo, no pudo verla: ella en cambio le divisó desde lejos, y veloz como una saeta, varió de rumbo, tomando por la insigne calle del Sol, que componen media docena de casas gibosas y dos tapias coronadas de hierba y alelíes silvestres.
Partieron al punto; y aunque á costa de grandes trabajos por la falta de agua, de suerte que no tenían para refrigerar la sed sino un poco de rocío que recogían en los cardos silvestres al fin llegaron al lugar de la matanza, donde sólo hallaron los cuerpos de sus hermanos, pero no á los matadores, á quienes obligó el temor del castigo á retirarse á donde tan fácilmente no pudiesen ser hallados.
Pero el gigante, excitado por los perfumes silvestres y sintiendo renacer su vigor con este deporte extraordinario á través de una selva que tal vez tenía mil años y no era más alta que su cabeza, rió del miedo de la traductora y de los emperadores de cinco siglos antes.
Tocaba con las yemas de sus dedos las moras silvestres, y cuando las hallaba maduras cogía tres, una para cada boca. Esta para ti, primito decía poniéndosela en la boca y esta para ti, Nela. Dejaré para mí la más chica.
Palabra del Dia
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