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Actualizado: 12 de julio de 2025
¡María Elvira! exclamé, grité, creo. ¡Mi amor querido! ¡Mi alma adorada! Y ella, en silenciosas lágrimas de tormento concluído, vencida, entregada, dichosa, había hallado por fin sobre mi pecho, postura cómoda a su cabeza. Y nada más. ¿Habrá cosa más sencilla que todo esto?
Las tres jóvenes que sentadas en sillas seguían la fila, eran sus hijas, muy semejantes a ella en el tipo físico, si bien no la imitaban en la movilidad: rígidas y silenciosas, los ojos bajos, con modestia y compostura tan afectadas, que pronto se echaba de ver el régimen severo a que las tenía sometidas su viva y nerviosa mamá.
Y existen ya figuraciones difíciles en el orden económico, estrecheces doradas, angustias domésticas por no renunciar al brillo social, mantenido con arduos apuros y apreturas tristes, ocultas y silenciosas. De aquí que haya algún «tramitador» interesado.
...¡No sé!... aquí... no sé qué tengo... ¡ganas de llorar! Llora... así... llora no más... eso te hará bien... Lorenzo lloraba a sollozos, recostada la cabeza en el hombro de Melchor, de cuyos ojos caían silenciosas lágrimas sobre el cabello de su amigo... ...Bueno... ¡ya pasó...! ¡Cuánto te incomodo!... ¡Al contrario!... acabas de darme un alegrón... ¿Esto más?... ¡eres un santo, Melchor!
Avila resplandecía en el oro húmedo y blanquecino de la mañana, como una pequeña Jerusalén. La religiosa emoción la henchía, la perfumaba. Las flores de los árboles, asomando por encima de las tapias, pendían sobre las callejuelas. Impaciente alegría parecía bajar de las campanas silenciosas y difundirse sobre todo el caserío.
La señora Angustias abandonó todo propósito de corrección, juzgándolo inútil. Se hizo la cuenta de que no existía su hijo. Cuando se presentaba en casa por la noche, a la hora en que la madre y la hermana comían juntas, hacíanle plato silenciosas, intentando abrumarle con su desprecio. Pero esto en nada alteraba su masticación.
Todos los países rivalizaban en una carrera loca, buscando adelantarse los unos á los otros en los medios de destrucción. Los hombres se mataban sobre la tierra y sobre el mar, y hasta en el último momento llegaron á exterminarse en las silenciosas alturas de la atmósfera. Las fortunas más grandes de cada país las poseían los fabricantes de armamento.
Los demás los campesinos que pasaban en sus cochecillos saltarines, los cocheros de punto procedentes de la ciudad, los ciclistas, siempre apresurados sobre sus máquinas silenciosas estaban habituados a ver el alto muro y no paraban en él la atención.
Si cuantos se encontraban en su recinto se hubieran escapado o se hubieran muerto de repente, habríase tardado mucho en advertirlo; los campesinos en sus cochecillos y los ciclistas sobre sus máquinas silenciosas hubieran seguido pasando por delante del muro sin sospechar nada.
Dibujándose al cabo una sonrisa en sus labios de coral, preguntó tímidamente: ¿El capitán? Flora bajó la cabeza sin responder y se puso á restregar con furia la prenda que tenía entre las manos. Ambas permanecieron silenciosas. Al fin Flora, sin levantar su rostro y con voz un poco temblorosa, dió cuenta á su amiga de los motivos que tenía para sospechar que era hija de D. Félix.
Palabra del Dia
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