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Actualizado: 8 de junio de 2025


En el palacio de Luzmela como en la posada de Villazón, el médico era siempre un hombre bondadoso y amable, de carácter tímido y vida sencilla. Había destinado para su uso las habitaciones de don Manuel, y en la casa se desenvolvían las horas serenas y blandas, mudas y lentas, igual que en los días postreros del hidalgo.

No vagaban sin rumbo bajo los largos corredores de la Casa de Gobierno, buscando aquí y allá una oficina desconocida, como cualquiera 19 viuda que busca pensión, empleo para un jovencito que es una monada, o beca para una señorita joven pero honrada; no señor, ellas iban seguras a su objeto, serenas, tranquilas, y no necesitaban indicaciones ni lazarillos.

Si hubieses llegado hasta aquí, si hubieses contemplado con refinada crueldad mi vergonzosa muerte, yo te juro que al tornar a casa no serían tan serenas tus miradas como lo son ahora, ni el beso de la hija o de la esposa te sabría tan dulce. Mi agonía te hubiera quitado el sosiego, te hubiera envenenado el alma por algunas horas.

Y más tranquilo ya, examinó los retratos, alabando a algunos de aquellos señores, que, por sus grandes barbas de plata y sus frentes serenas, tenían, según él, caras de santo. Cuando Maltrana terminó de clavar unas perchas en el dormitorio y dio por definitivamente colocados todos los muebles, comenzaba a anochecer. Había que pensar en la cena y en la luz.

Era acogido amistosamente, se tenía placer al verle y a él no se le ocultaba. El señor Stevens, hombre de peso y de gravedad, marcaba el paso detrás del sillón de Germana como un regimiento de infantería; tenía para ella esas atenciones reflexivas y serenas que constituyen la fuerza de los hombres de cincuenta años.

En las hermosas noches de luna de Agosto, bajo un cielo estrellado, respirando el aire puro del campo, ¡qué gratas resultaban aquellas fiestas de los melonares, y qué grato el regreso con las primeras luces del día, navegando en ligeras barquillas que surcaban las aguas del río tranquilas y serenas y rizadas apenas por las brisas del amanecer...!

En las noches serenas y tibias oíase su arrullo, suave y lento, cuando en el aire había un hálito de juventud que parecía exhalarse de la activa expansión de la savia nueva.

Los domingos, y también algunas tardes serenas y templadas entre semana, iba todo el colegio de paseo, alumnos y profesores: marchaban de dos en dos uniformados por las calles de Madrid, y salían a menudo por el Salón del Prado hacia Atocha o por la puerta de Toledo hacia San Isidro.

Pero Jaime, al contemplar a esta compañera de soledad, atravesaba con la imaginación su áspera mascarilla, adivinando sus serenas facciones y el misterio de sus ojos orientales, rasgados en forma de almendra. La veía como nadie podía verla. Sus largas horas de contemplación silenciosa habían acabado por borrar el rugoso antifaz, obra de los siglos.

Tal así, la naturaleza helénica, con sus montañas armoniosas y serenas, como la marcha de un astro, su cielo azul y transparente, las aguas generosas de sus golfos, que revelan los secretos todos de su seno, arrojó en el alma de los griegos ese sentimiento inefable del ideal, esa concepción sin igual de la belleza, que respira en las estrofas de sus poetas y se estremece en las líneas de sus mármoles esculpidos.

Palabra del Dia

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