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Actualizado: 15 de junio de 2025


Procedimos a ello, es decir, procedí yo, porque mi pobre tío no estaba para moverse de la silla, y a duras penas logró sacar de la argolla la llave de la arqueta después de cerrada y abierta por varias veces bajo su dirección, para que no se me olvidara el secreto de la cerradura, y mientras iba yo colocando cada cosa en su sitio y trancaba la alacena, cuya llave quiso separar también del llavero, y separé yo al fin, a sus instancias, por no tener él fuerzas ni paciencia para hacerlo.

Lo doblaba hasta convertirlo en un arco, me azotaba los pantalones, lo blandía á guisa de florete, tocaba con él en la espalda de los tertulios para preguntarles cualquier cosa, lo dejaba caer al suelo. Cuando al fin la tertulia se deshizo y en la calle me separé de mis compañeros, estaba un poco más sosegado.

Me ha molestado no verla, como si ella supiese que yo tenía que pasar por allí. Hoy ya no podré verla porque hemos llegado demasiado tarde, y, además, tengo demasiado que hacer para poder permitirme una hora de ausencia; y, no obstante, necesitaría una de sus miradas para disipar los terrores que me persiguen desde que me separé de ella. ¡Dios mío, abreviad esta noche! 9 de junio.

Yo me separé de las tres muchachas y fuí a ver al gran Urbistondo, que me explicó sus ideas acerca del sentimentalismo de las mujeres con una seriedad un tanto cómica. Volvimos a Lúzaro, dejando a la hija del torrero anegada en un mar de lágrimas. Por la noche fui al Guezurrechape, como había prometido. Allá estaban Larragoyen y sus amigos, que me recibieron entre aplausos y gritos.

Vi sus hermosos ojos brillar con una expresión de orgullo y bravura que me conmovió hondamente. El alma vehemente, apasionada, de aquella mujer despertaba en la mía energía que no sospechaba existiesen. Le apreté la mano con fuerza. En aquel instante no temía a nadie en el mundo, incluso al Naranjero. Luego que me separé de la reja y entré en mi casa, ya fue otra cosa.

Mi compañero me dijo con tono triunfal: Oiga V., caballero; estos hombres se están matando para verlo y no conseguirán nada; pero nosotros lo hemos de guipar todito y con mucha comodidad... No se separe V. de ... Iremos pegados a los faldones de los soldados, y llegaremos a debajo del mismo tablao, sin mayor inconveniente... Hay que saber arreglárselas... De algo le han de servir a uno los años que tiene sobre el cogote... Vamos, no afloje V. el paso... Apriétese V. contra y déjese llevar... ¡Que se está V. separando, caballero!... Agárrese V. a mi capa... ¿Qué es eso? ¿Se queda V.?... Hombre, lo siento, porque no va V. a ver nada... Vaya, adiós, caballero... adiós...

Me dejaron acercar, y me dijo: «Adiós, Miguelillo; estos cochinos me llevan a degollar como un carnero; vete pa casa, querido, que estás muy fatigao». Me dio un apretón de manos y se puso a hablar con el cura, que le reñía por lo que había dicho. Yo me separé, pero no quise marcharme. Seguí la comitiva hasta el mismo campo... hasta aquí, porque ya estamos en él.

Que el colegial salido de la cárcel, escéptico y extenuado, se aficione á seguir el tortuoso sendero que bordea al arroyo, que contemple los remolinos de las aguas, que separe las hojas ó levante las piedras para ver salir el agua de los pequeños manantiales, y este ejercicio le hará muy pronto sencillo de corazón, jovial y cándido.

Y no es el amor de las almas, ni tampoco el amor de los sentidos, cautivo de la material hermosura, sino tan apretada e íntima combinación de ambos amores, que no hay análisis que separe sus elementos, apareciendo tan complicado amor con la irreductible sencillez del oro más acendrado y puro.

El cielo se enturbió por la tarde, y al anochecer, hallándonos ya a gran distancia, vimos a Cádiz perderse poco a poco entre la bruma, hasta que se confundieron con las tintas de la noche sus últimos contornos. La escuadra tomó rumbo al Sur. Por la noche no me separé de él, una vez que dejé a mi amo muy bien arrellanado en su camarote.

Palabra del Dia

lanterna

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