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Actualizado: 2 de julio de 2025
Doña Lupe dejó las ociosas plumas a las cinco de la mañana cuando aún no era de día, y arrancó de la cama a Papitos, tirándole de una oreja, para que encendiera la lumbre. ¡Flojita tarea la de aquel día; un almuerzo para doce personas! Llamó a Fortunata para que se fuera arreglando, y acordaron dejar dormir a Maxi hasta la hora precisa, porque los madrugones le sentaban mal.
No me traigas pan alto, sino francés». Frente a Frasquito se sentaban dos que comían guisado, en un solo plato grande, ración de dos reales, y más allá, en el ángulo opuesto, un individuo que despachaba pausada y metódicamente una ración de caracoles.
Ante la mesa de tosca piedra, roída por la intemperie, se sentaban Baltasar y Amparo, y allí les traían las botellas de cerveza, de gaseosa, cuyo alegre taponazo animaba de tiempo en tiempo el diálogo. Una parra tupida les prestaba sombra; algunas gallinas picoteaban los cuadros de un mezquino jardín; el lugar era silencioso, parecido a un gabinete muy soleado, pero oculto.
Riquín, ya muy mejorado, saltaba y corría por el campo, y en sus mejillas renacían los frescos colores de la salud. Todo el día lo pasaba D. José embelesado, y no hartaba sus ojos de mirar a la madre y al hijo. Paseaban los tres por la montaña, se sentaban, hacían vida de idilio, semejante a la que D. José había visto pintada en los biombos de la casa de Aransis.
Chicuelos semejantes al Gabriel de otros tiempos corrían jugando por las cuatro galerías o se sentaban encogidos en la parte del claustro bañada por los primeros rayos del sol. Mujeres que le recordaban a su madre sacudían sobre el jardín las mantas de las camas o barrían los rojos ladrillos inmediatos a sus viviendas.
Mientras tanto, los jóvenes esposos se buscaban, se encontraban bien cuando estaban juntos y daban las gracias desde el fondo de su corazón a los que les impedían estar solos. El círculo de amigos que se sentaban alrededor de ellos, abrigaba su amor, como los grandes obreros que rodean los vergeles de Normandía protegen la floración de los manzanos.
Aquel día estrenaba unas botas. ¡Qué bonitas eran y qué bien le sentaban!
Si por casualidad aquél guardaba silencio, no había miedo que éste lo turbase; horas enteras se pasarían sin comunicarse nada. Muchas veces, después de comer, se sentaban ambos al par de la chimenea; era el momento en que a Miguel le asaltaba la melancolía; se acordaba de su padre, de la triste suerte que le había cabido separado de él, viviendo sin familia hacía ya tantos años.
Se sentaban en hilera, graves, por más que la alegría les rebosaba; se ponían serias, pero la risa les chacoteaba entre las pestañas largas y crespas, jugueteaba sobre sus labios y se arremolinaba, allí, en las extremidades de la boca.
Los circunstantes estallaron en una carcajada. La joven volvió la cabeza con asombro y viendo todos los ojos posados sobre ella con expresión maliciosa se ruborizó. Poco tiempo después se sentaban a la mesa. Era ésta suntuosa, refinada, provista de todas las adquisiciones gastronómicas.
Palabra del Dia
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