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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Pudiera haberse salvado si con anticipacion hubiera emprendido la fuga, como se lo aconsejaban algunos sugetos bien intencionados, pero le fué menos sensible perder la vida que abandonar sus intereses, adquiridos á costa de un descontento general, que le puso en aquel estado y situacion.

El impulso de un psiquismo soñador les lleva hacia un mundo más ideal, y cuando descubren un tipo sensible, es más pronto por el privilegio de la previsión que por el de la percepción, y más en el porvenir que en el presente. El hombre, tal como es, desaparece para ellos ante el hombre que será o ante el hombre como debería ser.

Todo coqueteo ulterior fué trabajo perdido. El Condesito ni siquiera dió a Elisa una satisfacción de amor propio, dejando ver su enojo o exhalando una queja. El último coqueteo, la última flirtation a que el Conde se había mostrado sensible, había sido en París, durante la primavera. En París sobrevino también la firme decisión del Conde de no mostrarse sensible nuevamente.

El Emir se había despojado de su caftán de seda, e iba vestido como los demás, con un terno a cuadros y un sombrero tirolés. ¡Adiós poesía! El príncipe de ojos de brasa, que habían perturbado por unas horas a la sensible Nélida, era vendedor ambulante en Buenos Aires.

Pero las puertas del castillo estaban bien guardadas por soldados españoles, y no dejaron pasar a mis emisarios. Poco después, presentóseme el oficial que los mandaba, y me dijo respetuosamente: »Vengo a cumplir una orden bien sensible para . Estoy encargado de prender a usted. »A , señor oficial? », a la condesa de Pópoli. »¿De orden de quién? »Del Rey.

Por lo demás, puede creer que, lejos de despreciarle, me ha inspirado usted siempre una profunda estimación fundada en su corazón generoso y sensible y en su carácter afable sobre todo elogio.

He sostenido que no había nada más imperdonable, más antisocial, en toda la fuerza de la palabra, que las desuniones morales, y que eran extremadamente difíciles porque es raro que las almas nobles no se aproximen a sus semejantes, como dice Shakespeare, o que se dejen engañar tanto tiempo por los impostores para llegar hasta el momento de formar un nudo tan solemne, sin haber tenido la triste dicha de desengañarse; que lo que se llama un matrimonio equivocado, en la acepción general que se refiere solamente a la diferencia de posición social, no podía chocar más que el más absurdo, el más absurdo de los prejuicios; el que atribuye a una clase especial facultades especiales, o, mejor dicho, exclusivas; que como yo no sabía de nadie que se hubiese atrevido a decir que la virtud se probaba por títulos o se adquiría por privilegios, no veía por qué se había de prohibir a un hombre sensible y delicado el derecho de buscar la virtud donde se encuentre; que era una cosa atroz, en fuerza de ser ridícula, condenar a una mujer interesante, dotada de todas las cualidades y todas las gracias, a la desesperación de no pertenecer jamás al objeto amado, porque esta infortunada, a la que la naturaleza y la educación han concedido todos los dones, se veía privada por el azar de una circunstancia que no depende más que del azar; que si los grandes talentos imprimen a aquellos que los poseen un carácter incontestable de nobleza a los ojos del siglo y de la posteridad, el ejercicio privado de los deberes más difíciles de llenar de la religión y de la moral, aunque fuese un título menos brillante a los ojos del mundo, no era un título menos recomendable para las almas rectas y honradas; que, en consecuencia, yo nunca me atrevería a censurar una alianza del género de la que se hablaba, si podía encontrar en ella la feliz armonía de costumbres y de carácter, que es la única garantía de felicidad de los matrimonios y de la prosperidad de las familias.

Esta vez me estiré en mi cama con un sentimiento de bienestar que nunca había conocido en mi vida. Todos los deseos de mi existencia me parecían colmados. Mis mejillas ardían y en mis labios tenía, todavía sensible, la picazón ligera del primer beso con que un hombre papá, naturalmente, no contaba, los hubiera rozado.

Sin duda, la naturaleza poco sensible del joven no lo incitaba a profundizar la pena que ella sentía, ante las fatalidades que amenazaban a los seres más caros a su corazón. Pero ella misma ¿no tenía algo que reprocharse? ¿Se había confiado a él como a un amigo y protector, en quien se busca amparo y consuelo en el dolor?

El secreto está en la continuidad, en eso que la intuicion sensible nos presenta tan claro como la base de las representaciones de la imaginacion; y que sin embargo enreda al entendimiento con lazos inextricables.

Palabra del Dia

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