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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Antes que éste se terminase, comenzaron a salir por las trampas del escenario hasta una docena de diablos con sendas y enormes pelucas de estopa, el rabo de etiqueta, y teas encendidas, en las manos.
De los heridos y muertos, los cuatro ó cinco eran criados suyos. Aquella noche se embarcaron el Duque y Juan Andrea secretamente en sendas fragatas para ir á Sicilia. No les hizo tiempo para partirse: fuéronse la noche siguiente. No se tuvo nada bien el Duque, ya que se iba, irse sin hablar á la gente.
¡Quia! el conde de Lemos estaba en Alcalá; por la mañana, antes del alba, salía de allí, y por trochas y sendas llegaba hasta mediar el camino de Madrid; yo he ido á llevarle muchas veces cartas de don Baltasar de Zúñiga y del secretario Céspedes, y de otros varios; el conde esperaba que de un momento á otro le levantasen el destierro; por la tarde se volvía, y ya de noche entraba otra vez en Alcalá.
Más de quinientos correos de gabinete, caballeros en sendas cebras de posta, salieron a la vez de la capital del reino con despachos para otras tantas cortes, invitando a todos los príncipes a que viniesen a pretender la mano de la Princesa, la cual había de escoger entre ellos al que más le gustase.
Entraron en él y bebieron en silencio sendas copas de chartreuse, sin que por eso los cerebros dejasen de trabajar activamente. Al levantarse Pablito, dijo: Lo mejor será engancharla con el Romero. Eso mismo estaba pensando yo profirió con fuego Piscis. Después que hubieron salido, éste preguntó, no con palabras, sino con una horrible mueca, a dónde iban. Allá.
Me dominaba tan activa necesidad de andar, de ir lejos, de quebrantarme de puro cansancio, que no me permitía tomarme un minuto de reposo. En cuanto veía a cualquiera que pudiese conocerme cambiaba de rumbo, y me lanzaba a través de los campos de trigo por cualquiera de las estrechas sendas que los cruzan, marchando a paso de carga hasta que llegaba a donde no veía a nadie.
La reina mui alta, plañiendo sus ojos, De lágrimas cubra su noble regazo: Las otras doncellas se fagan retazo Los rostros é manos; é tomen enojos, Las sus vias sean por sendas de abrojos Vestidas con luto de roto pedazo: Las dueñas ancianas la tomen de brazo, E lloren con ella de preces é innojos.
En una gran sala de la casa solariega de los Oscos, amueblada con cuatro trastos viejos, tapizada con dos dedos de polvo, se encuentran sentados a una antigua mesa de roble dos conocidos personajes de esta historia. Uno es el propio barón, dueño de la casa. El otro, su amigo Fray Diego. Tienen delante un tarro de ginebra vacío, otro a medio vaciar y sendas copas.
La capilla de San Antonio, el «santuario», como la llaman los viejos villaverdinos, es una iglesita de estilo churrigueresco, muy bien dispuesta y situada en lo más alto de una loma desde la cual se domina toda la ciudad. El cementerio está acotado con una verja que tiene sendas puertas en los tres lados. Cuatro añosos cipreses dan al sitio un aspecto fúnebre, verdadero aspecto de cementerio.
Aquí, como testigos de la escena que estamos describiendo, se encontraba el Gobernador Bellingham, con cuatro maceros junto á su silla, armados de sendas alabardas, que constituían su guardia de honor. Una pluma de obscuro color adornaba su sombrero, su capa tenía las orillas bordadas, y bajo de ella llevaba un traje de terciopelo verde.
Palabra del Dia
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