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Durante muchísimos años, don Fermín desempeñó el cargo de secretario del Ayuntamiento de Urbia, hasta que se retiró, cuando su hija se casó con un labrador de buena posición. El señor don Fermín Soraberri era un hombre alto, grueso, pesado, con los párpados edematosos y la cara hinchada. Solía llevar una gorrita con dos cintas colgantes por detrás, una esclavina azul y zapatillas.

Dice, pues, la historia, que el paje era muy discreto y agudo, y, con deseo de servir a sus señores, partió de muy buena gana al lugar de Sancho; y, antes de entrar en él, vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres, a quien preguntó si le sabrían decir si en aquel lugar vivía una mujer llamada Teresa Panza, mujer de un cierto Sancho Panza, escudero de un caballero llamado don Quijote de la Mancha, a cuya pregunta se levantó en pie una mozuela que estaba lavando, y dijo: -Esa Teresa Panza es mi madre, y ese tal Sancho, mi señor padre, y el tal caballero, nuestro amo.

Pues como le digo, estaba comiendo, no en la taberna precisamente, sino en una piececita contigua donde suelen servir a los parroquianos que quieren estar solos. Esta habitación tiene una ventanilla al camino, y por ella vi que se detenía un coche de punto frente a la taberna y que bajaba de él ese pintor amiguito de usted... ¿Núñez? , señor.

El tío Leandro extendió la mano solemnemente y habló de esta manera: Que Dios, nuestro Señor, esparza a puñados la felicidad sobre esa buena señorita. La hemos visto nacer, la hemos visto crecer y volverse más hermosa que una azucena. Más de uno y más de dos entre nosotros la han llevado en los brazos. No levantaba una vara del suelo y ya le gustaba montar a caballo como ahora.

-Si yo tuviera dineros -dijo el paje-, preguntara al señor mono qué me ha de suceder en la peregrinación que llevo.

El dueño del anteojo no contestó nada. Semiavergonzado el preguntón, mironos a todos los que rodeábamos al señor del anteojo, con cara de cretino como un individuo que se confiesa en una posición falsa. Pero nuestro hombre no era individuo de ceder a dos tirones y reincidió. ¿Me quiere dejar mirar un momento? El dueño del anteojo tampoco contestó esta vez.

Corrió la cortina y reconoció en el personaje que subía la escalera de la galería, a un maestro de esgrima, o más bien a un preboste nombrado Lavarede, que tenía por costumbre venir al palacio tres veces a la semana para tirar las armas con el señor de Maurescamp.

Pero nadie osó realizar los proyectos de cencerrada y otras bromas molestas con que algunos intentaron obsequiarles. Merecían respeto: eran los industriales más importantes del barrio, y habían hecho bien uniéndose en una sola razón social. Maltrana y el señor Manolo, en fuerza de oír hablar al Mosco de sus expediciones nocturnas, sintieron el deseo de asistir a una de ellas. Una nada más, ¿eh?

Se oyó un murmullo entre los encopetados y reverendos ocupantes del balconcillo; y el Gobernador Bellingham expresó el deseo general, al hablar con acento de autoridad, aunque con respeto, al joven clérigo á quien se dirigía. Mi buen Señor Dimmesdale, dijo, la responsabilidad de la salvación del alma de esta mujer pesa en gran parte sobre vos.

17 Porque él irá delante de él con el Espíritu y virtud de Elías, para convertir los corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a la prudencia de los justos, para aparejar al Señor un pueblo preparado. 18 Y dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer avanzada en días.