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Actualizado: 24 de junio de 2025
¿No ve usted, don Federico le dijo , qué guapa moza está Marisalada y qué corpachón ha echado? Momo, al oír a su abuela, murmuró guillotinando una sardina: ¡Idéntica a la caña de pescar de su padre!, con unas piernas y brazos que le dan el garbo de un cigarrón, tan alta y tan seca, que haría buena tranca para mi puerta, ¡jui!
El pasado, duro y cruel, la infancia del hombre, apenas despojada de su primitiva animalidad, acampaba a las puertas de una villa moderna. Zaratustra procuraba retener al joven. Le era doloroso privarse de una charla en la que podía lucir su ciencia. ¿Ves qué sol tan hermoso? dijo . Pues tendremos lluvia antes de que acabe la semana. Se mojará el Entierro de la Sardina.
Si no fueron Sardiña, Ceroni ó Berruguete, fueron discípulos ó compañeros suyos.» Hasta aquí el Sr. Falcón. Quadrado, que Berruguete, educado en Italia, no regresó á España hasta 1520, y que Sardiña floreció mucho después.
Freya temblaba de emoción, como un espectador entusiasta é impaciente. Algo cayó en el agua, descendiendo poco á poco: un pedazo de sardina muerta, que iba soltando filamentos de carne y escamas amarillas. Una extraña solidaridad parecía existir entre los monstruos. Sólo se agitaba para comer aquel que veía más cerca la presa.
Los pedazos de sardina eran una comida sin substancia para estos bandidos que sólo encontraban sabor al alimento sazonado con el asesinato. Como si los pulpos entendiesen sus quejas, se habían dejado caer en el fondo arenoso, flácidos, inertes, respirando por sus embudos. Un pequeño cangrejo empezó á descender al extremo de un hilo, con pataleo desesperado.
Una flaca quedaba en su bautismo con la designación de «sardina»; otra obesa recibía el nombre de «tritona». Maud pareció cansarse de esta ceremonia. Miraba a todos lados, pero evitando que sus ojos se encontrasen con los de Fernando. Un pasajero se acercó a las dos señoras con la gorra en la mano y el aire galante, lo mismo que si se ofreciese para una danza.
Hizo la madre decir una misa a Nuestra Señora del Amparo, patrona de las cigarreras; y por la tarde fueron convidados a un asiático festín el barbero de enfrente, Carmela, su tía, y la señora Porreta la comadrona: hubo empanada de sardina, bacalao, vino de Castilla, anís y caña a discreción, rosoli, una enorme fuente de papas de arroz con leche.
Apenas hubo cogido Fortunata la escoba, entró Severiana, y que quieras que no, se la quitó de las manos. «No faltaba más... señorita. Se va usted a poner perdida...». Por Dios, déjeme usted que la ayude. ¿Quiere que le haga el almuerzo a su marido? ¡Qué cosas tiene...! ¡Ay qué gracia!... ¿Cree usted que no sé?... La tortillita en la fiambrera, y el pan abierto con la sardina dentro.
¡Y allí fué el temblar de la voz y el crujir de los dientes!... Porque temieron por sus casas, por sus campos, por sus fábricas, por sus tesoros; es decir, su Dios, su patria, su alma. ¡Pero es preciso defenderse! exclamaron, resueltos a hacer una hombrada. Y ¡poder del egoísmo! Aun en aquella triste situación, pensaron, ante todo, en sacar la sardina con la mano del gato.
Si de vuelta de correr la sardina salía alcanzada la mujer del Tuerto en la cuenta que éste le tomaba rigorosamente, en el balcón se oía la primera guantada de las que administraba el desdichado marido á su costilla; desde el balcón llamaba á su padre, á su madre y á Tremontorio; desde el balcón les contaba lo sucedido, y renegaba furibundo de su mujer; desde el balcón imploraba el auxilio de Dios..., y de balcón á balcón se enredaba un diálogo animadísimo que entretenía, por espacio de media hora, á las gentes de la calle.
Palabra del Dia
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